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Jorge A. Cázares Clement

Comparto con ustedes algunas reflexiones que surgieron platicando con mi buen amigo Félix García, promotor cultural avecindado en Anenecuilco, cuna de Emiliano Zapata Salazar, el hombre que devino en símbolo.

En Morelos suele decirse que Zapata no murió en la hacienda de Chinameca el 10 de abril de 1919. Las consejas populares hablan de un compadre suyo inmolado para que escapara y así salvar al movimiento, hablan del viaje del prócer a Arabia para refugiarse y esperar la hora propicia del regreso, como un segundo Quetzalcóatl, y muchas otras versiones que se mezclan, se oponen o se complementan.

La consigna “Zapata vive”, nos hace pensar en el humus que sustenta ese símbolo. Zapata ha dejado de ser la persona Emiliano Zapata Salazar, para ser la conciencia de una comunidad, el alma de un pueblo, el espíritu de La Bola, ese “organismo” que se mantiene vivo en la ronda de las generaciones y que tiene estrategias culturales de resistencia, expresadas simbólicamente; tiene sus modos, sus gustos, su comida, su trabajo, sus rituales, sus fiestas, su manera de vestir, sus santos y sus tamales. Forma un pueblo y un proceso social complejo que incluye la estructura política, económica, social, cultural, religiosa.

Como en toda lucha armada, hay discursos a favor y en contra, víctimas y victimarios; el movimiento revolucionario encabezado por Zapata no escapa a estos diferendos; a pesar de ello, es innegable que la imagen de Emiliano Zapata sigue más viva que nunca, tanto en México como en otras partes del mundo, y como muestra de ello conviene consultar el libro “Los muros de Zapata” de Víctor Soler Claudín (con fotografías de Jorge Gómez Maqueo) publicado por el FCE, una extraordinaria compilación de imágenes de Zapata.

En una carta de 1913 Zapata escribió: …La Revolución que nació en un rincón del Estado de Morelos proclamando el Plan de Ayala, ha invadido a once entidades federativas, ha propagado sus ideales contenidos en estas palabras “Tierra y Libertad” ha luchado desesperadamente por implantar su programa de ideas y seguirá luchando más todavía aún a costa de mayores sacrificios si necesario fuere, para llevar a la vía de la realidad los principios que sostiene…

La conmemoración local tiene tal fuerza simbólica que es una fiesta de la vida donde todo está pendiente… Todo. Y es que los principios que sostiene el ideario de Zapata, de una u otra suerte han sido cumplidos sólo de manera cosmética, tras las fotos, el anuncio de los recursos destinados a quienes trabajan la tierra, los bellos discursos pronunciados en las efemérides están las grietas del analfabetismo, el hambre, la pobreza, la incultura difundida por las redes sociales y los medios masivos, la falta de infraestructura en materia de educación, de salud, comunicaciones y más.

Y es de estos “pendientes” sobre los que hay que reflexionar. Resulta riesgoso sugerir a los admiradores, estudiosos o simples turistas que quieran recorrer “la ruta de Zapata” que conozcan más sobre la historia de México y el Zapatismo, porque no hay casi nada que ver ni visitar, más allá de la fachada de que arriba hablamos. Si los visitantes de verdad escarban más allá de los lujosos autobuses que los pasean por encimita, ¿qué podrían encontrar?

Es hora de ponerse a trabajar.

Repasar los principios de que habla esa carta de Zapata y responder sin ceguera, sin autoalabanzas y sin maquillajes, responder sinceramente ¿Dichos principios alcanzaron ya “la vía de la realidad”? ¿O es necesario que sigan dándose los sacrificios cotidianos – aunque ya sin lucha armada- para que alguna vez se cumplan los sueños de los muchos que murieron y han seguido muriendo a consecuencia de aquella lucha truncada?

Reflexionar siempre es bueno, vale la pena poner en tela de juicio aquellos presuntos logros que celebramos en las fechas que nos resultan simbólicas ¿avances? Bueno, si… ¿cumplimiento? Quién sabe.