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Las justas protestas que suelen darse cada año alrededor de la conmemoración del Día internacional de la Mujer, corren el riesgo de perder legitimidad ante la violencia desplegada por muchas de sus participantes. Particularmente se revisten de gravedad ante las agresiones a mujeres policía, daños a propiedades, negocios y bienes públicos y privados. Sin embargo y sin menoscabo de los anteriores, es particularmente grave el atentado al patrimonio artístico, histórico y cultural. Monumentos y añejos inmuebles sufren el embate a mazazos, pedradas y pintas por parte de furiosas manifestantes que parecen escudarse en la herida abierta que ocasiona la violencia en todas sus expresiones en contra de las mujeres, para sembrar el caos y la anarquía.

Un monumento jamás superará en valor la vida de una mujer, sin embargo, la preocupante y lamentable agresión a la segunda no justifica la destrucción del primero, un delito no se repara cometiendo otro. Es comprensible y se comparte la rabia, la impotencia que brota del saber que las marchas y protestas no cambian el curso de los acontecimientos, pero destruir la memoria histórica de una entidad federativa o de una nación no es el camino para resarcir la deuda con las morelenses y las mexicanas. El asunto es grave, nunca estará exento de polémica, pero una sociedad entera, no puede pagar los platos rotos por la omisión, comisión o incompetencia de quienes deben de proveer seguridad y administrar justicia y de aquellos criminales que agreden y privan de la vida a las mujeres.

Morelos es vergonzosamente puntero nacional en feminicidios, la tendencia no cede, también es ampliamente conocido el deterioro que desde hace décadas sufre nuestro patrimonio, lo cual fue acentuado por la catástrofe de los sismos de 2017. A lo largo y ancho de nuestra geografía se cuentan inmuebles y monumentos en ruinas, muchos de ellos con el riego de perderse para siempre. En la lista de patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, nuestro estado destaca con los once templos y conventos del siglo XVI, así como con la Acrópolis de Xochicalco, es por ello que hablar de patrimonio en la antigua Tamoanchan, no es un tema menor.

Insisto, nunca se podrá equiparar el valor de un monumento con la vida o la integridad de una mujer, pero también es importante destacar que una sociedad que no preserva su pasado, su memoria y su patrimonio cultural, no es digna de mérito.

Roberto Abe Camil, escritor y cronista morelense