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Por Cafeólogo

Europa tiene una relación con el café que parece muy añeja pero en realidad es muy reciente. Para algunos de nosotros, de cortas miras, a veces se nos antoja que el café ha estado en Europa… desde su fundación. Aunque propiamente no hay una fecha de la fundación de Europa, se nos antoja que había una taza de café en la mesa de quienes la idearon y la definieron. Sin embargo, todo esto no es más que una fantasía, un mito en el mejor de los casos.

En su extraordinario y brevísimo libro La idea de Europa, George Steiner lo resume así: Europa no es una geografía, Europa no es un modelo político ni tampoco un sistema económico, Europa no es una lengua ni una religión, Europa es una idea, que ha trascendido geografías, economías, políticas, lenguas y religiones. Esta hipótesis ya merece la lectura del ese tratado hermosamente editado en colaboración entre Siruela y el Fondo de Cultura Económica.

Y también dice Steiner: si queremos hacernos de la idea de Europa, si queremos conocer Europa, si queremos trazar un mapa de Europa, habría que hacer un mapa de sus cafés, porque fue en los cafés donde se reunían los artistas, los intelectuales y poetas, los filósofos y científicos, en los cafés se confabularon guerras y golpes de estado, ahí escribieron y en ellos pintaron, en los salones de café se discutían los argumentos de la física y de la biología, de la filosofía y del derecho, y ahí fue entonces donde nació la Europa moderna. Estamos hablando de la Europa del siglo XVIII, la Europa que recibió al café que provenía del norte de África y era bienvenido por las cortes de los imperios continentales. Y en la cúspide, los cafés parisinos, y Van Gogh pintando sus y en sus terrazas.

El café como espacio y como bebida de inspiración. El café como cuartel y como laboratorio. El café que a ratos era templo y a ratos tugurio. Podemos romantizar cómo los efluvios y vapores de la taza crearon el paradigma occidental de nuestro tiempo: la modernidad. Y aunque haya mucho de idealización, también hay mucho de verdad. La humanidad tiene aquí otra de sus deudas con el café.

Esta idea nos siguió durante un tiempo en América Latina, y en más de alguna ciudad emblemática se cuenta de cómo en un café se reunían los libertadores, los caudillos, los guerrilleros, los independentistas, los revolucionarios. Sobre todo en el siglo XX en Latinoamérica el café acompañó en el campo y en la mesa la configuración de nuestra actual identidad.

Hoy no queda mucho de aquellos tiempos y aquellos aires. Hoy el café es, pero es menos. Al menos desde el punto de vista de epicentro de la creatividad y de las ideas. En mi opinión, porque aquello que incentiva el café, la creatividad y las ideas, es menos en nuestras sociedades y en nuestras vidas.

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