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Por Elsa Sanlara

Somos testigos de una sociedad que marcha hacia su propia perdición, donde despiadadamente extinguimos glaciares y ecosistemas. Nuestro país se deshace con las altas temperaturas y, aunque los morelenses estamos acostumbrados al calor, la ausencia de lluvia nos tiene viviendo en el quinto círculo del infierno de Dante: la ira.

Nos quejamos y maldecimos porque no podemos conciliar el sueño o porque el sol abrasador nos consume en la parada del autobús. Nuestras conversaciones giran en torno a la búsqueda de los culpables del calentamiento global, debatiendo sobre nuestra propia responsabilidad ycuál es nuestra «huella de carbono», es decir, cuánto contribuyen nuestras acciones diarias al fenómeno del cambio climático.

Indudablemente, el intenso calor no solo afecta a México, sino al mundo entero. En los últimos años, se han registrado temperaturas récord en numerosos lugares del planeta. El deshielo de los casquetes polares y los glaciares, el aumento del nivel del mar y los cambios en los patrones climáticos, como sequías más intensas, alteraciones en los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, nos alertan sobre la urgencia de actuar.

En su libro «Cambio climático como guerra de clases», Matt Hubber plantea que la crisis climática no es un problema individual de la «huella de carbono», sino un problema que radica en aquellos que controlan los medios de producción, es decir los ricos y los poderosos. 

No es coincidencia que el término «huella de carbono» haya sido popularizado por British Petroleum (BP), la segunda compañía petrolera más grande del mundo no estatal. Sus actividades de perforación de petróleo y emisión de gases contaminantes causan estragos en la salud y provocan la muerte en comunidades cercanas.

Los ricos y poderosos, quienes patrocinan la indiferencia de los gobiernos, nos han vendido la culpa, y nosotros, tristemente la hemos comprado. Nos han hecho creer que somos responsables por usar popotes de plástico o por no reciclar nuestra basura. Nos dan «atole con el dedo», con medidas superficiales como el doble «hoy no circulas», mientras que la gente de las altas esferas se desplaza en aviones privados o helicópteros sin restricción alguna. Los más privilegiados señalan con el dedo acusador a aquellos que no cuentan con un sistema de recolección de basura gratuito por parte del municipio, y se ven forzados a quemar su basura en el patio de su casa. 

Mientras tanto, esos privilegiados aplauden al capitalismo, celebran la apertura de nuevas plantas industriales que, sin piedad alguna, destruyen flora y fauna.

Lamentablemente, los países más pobres, aquellos ubicados cerca del ecuador, seguirán siendo los más afectados y sufrirán las peores consecuencias del cambio climático. Esto es lo que conocemos como «ironía climática», donde los más vulnerables son quienes menos contribuyen al problema, pero pagan el precio más alto. La desigualdad de condiciones entre las clases altas y bajas se hace evidente una vez más. La crueldad se hace presente cuando nos damos cuenta de que aquellos que pertenecen el 10% más rico de la población mundial sonresponsables del 49% de las emisiones, derivadas únicamente de su estilo de vida. Además, es impactante saber que únicamente 100 compañías son responsables del 71% de las emisiones de gases contaminantes en todo el mundo.

En este panorama, todos tenemos nuestra cuota de culpa, cada uno de nosotros contribuye a este problema. Consumimos sin considerar las consecuencias, disfrutamos del pescado sin importar si su origen implica la devastación de nuestros mares mediante la pesca de arrastre. Todos queremos viajar y estar en esos lugares dignos de ser publicados en Instagram, y el reciente récord de más de 22,000 aeronaves volando simultáneamente en el aire, lo demuestra. Es innegable que el capitalismo nos seduce con el consumo, y ese es nuestro pecado, pero la culpa del cambio climático no recae exclusivamente en nosotros, aunque aquellos que ostentan el control del mundo se empeñen en decir lo contrario. Lo cierto es que el verdadero cambio debe ser impulsado por los gobiernos, quienes deben imponer medidas drásticas y definitivas a esas 100 empresas y al voraz sistema capitalista.

Algunos sostienen que la energía nuclear es la solución, pero esta opción genera un temor generalizado, un miedo desmedido, sembrado por las grandes corporaciones petroleras como BP o Exxon Mobil, cuyos intereses económicos se verían afectados si se optara por la energía nuclear. A pesar de que las petroleras proponen planes de energías renovables en los foros económicos mundiales, continúan fragmentando y contaminando el planeta sin descanso, ya que están dispuestas a explotarlos recursos naturales sin importar las consecuencias.

Podemos llevar a cabo pequeñas acciones, como usar popotes de metal, llevar bolsas reutilizables al supermercado y reciclar nuestra basura para aliviar nuestra conciencia antes de dormir. Sin embargo, si realmente deseamos generar un cambio significativo, debemos actuar de forma colectiva y reflexionar sobre qué tipo de líderes gubernamentales queremos y cuán comprometidos están en escuchar a la comunidad científica, en lugar de aceptar sobornos de las grandes compañías por debajo de la mesa.

Dicen que los ricos también lloran, y sin duda también sudan. Pero se llora menos cuando se tiene comida sobre la mesa, y se suda menos en una mansión con aire acondicionado.

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