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​​​Raúl Silva de la Mora

Hay un ingrediente que recorre, campante, los cinco relatos con los que Luis Jorge Boone construyó su libro Suelten a los perros (Ediciones ERA, 2021). Se trata del sentido del humor, el siempre muy agradecible sentido del humor, que cuando se enciende con nuestra sensibilidad nos ofrece placeres plenos. Por ejemplo, en “Mi vida con las plagas” asistimos a la epopeya que vive un solitario profesor de una prepa privada, enfrentado a una rata que invadió su hogar: “sin justificación alguna me monté en los deberes de cazador. Lo que dicen que deber ser todo hombre, descendiente de los machos imperiales que mataban mamuts prácticamente a mano limpia. Un bato, lo mínimo que puede hacer, es partirse la madre, siempre, en todo lugar, en cualquier circunstancia. Si no, es cualquier otra cosa. Yo pasaba sin ver. Si la rata me hubiera pedido un rescate de queso manchego a cambio de dejarme en paz, se lo hubiera entregado, con moño y tarjeta; pero no ocurrió.”

​Esta circunstancia, donde la invasión de un roedor convoca al exterminio, lo mínimo que puede ofrecer como recompensa es su capacidad para incitar a la carcajada. La vida es cruel y requiere de no tomárnosla tan en serio. Esa es una de las propuestas que nos hace la literatura de Luis Jorge Boone: hay que reírnos de nuestras tragedias. Más no como un acto irresponsable de no hacernos cargo de ellas, sino más bien como un alimento eficaz. La hilaridad ayuda a zurcir nuestras adversidades y la literatura, que carece de la capacidad de cambiar el mundo, contiene chispazos que iluminan nuestro presente.

Luis Jorge Boone ha escrito veinte libros. Novelas, cuentos, poemas y ensayos son los géneros que ha practicado. Esta diversidad tiene una explicación: el déficit de atención. Como un niño que no se puede quedar quieto, a Luis Jorge le cuesta trabajo permanecer en un solo lugar y por eso salta de una cosa a otra, con una naturalidad que tiene su origen en sus vivencias como lector desordenado. Me lo imagino como uno de esos lectores que leen varios libros al mismo tiempo y de distinto género. Otra explicación es su afán por llevar la contraria. Si le preguntan cuál es el género literario que más le gusta practicar, su respuesta nunca es la misma. Por ejemplo: si acaba de publicar una novela, responde que son los poemas su mayor inspiración. Pero si su libro más reciente es de poesía, entonces dice que prefiere los cuentos, porque allí convergen todos los géneros.

Los cinco relatos de Suelten a los perros tienen en común un lenguaje coloquial que fluye con naturalidad ycrea atmosferas donde los callejones sin salida son también una constante. La paternidad, la orfandad, la relación con un padre distante, el aislamiento, la ruptura con la pareja, son vivencias que van entretejiéndose en estos relatos. En una entrevista, el escritor Jorge Comensal le preguntó a Boone si le “interesaba, abiertamente, retratar a estos hombres que en Monclova se estaban saliendo de los esquemas más rígidos de cómo debe ser un hombre”. La respuesta incluyó una descripción de su encuentro con la literatura y una reflexión donde se concentra su manera de encararla: “siempre estamos escribiendo contra lo comúnmente aceptado”. 

Luis Jorge Boone creció en una familia y un entorno donde el machismo y la masculinidad norteña eran depredadoras, donde escribir poesía era motivo de sospecha, algo preocupante y motivo de constante vigilancia: “Yo siempre me sentí un varón inadecuado. Sin embargo, yo siempre sentí que había otras maneras de ser varón, y una de esas es dudar, y una de esas es sentirse débil o ceder ante el encanto de una sexualidad avasallante”. Reflejar el mundo más allá de los estereotipos es un don que ofrece la literatura.

El paisaje de Suelten a los perros es el de Monclova y sus alrededores, un paisaje que al mismo tiempo construye metáforas de la vida íntima de sus personajes: desiertos, carreteras, cajas viejas y ruinosas, callejones oscuros y desolados… Somos las ciudades donde vivimos y donde crecimos, pero también nos habitan las ciudades que recorremos a través de la literatura. Ficción y realidad son mundos paralelos. Así que: Suelten a los perros

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