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Una nueva era para la medicina psicodélica

Agustín B. Ávila Casanueva*

El pasado lunes la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito publicó el Reporte Mundial de Drogas 2023. El reporte busca dar información sobre cómo la síntesis de drogas y su tráfico posterior contribuyen a “la inestabilidad, la violencia y la devastación medioambiental”. También habla sobre las maneras en las que “los desórdenes generados por el uso de drogas están dañando a la salud. El estigma y la discriminación hacen que sea menos probable que la gente que usa drogas obtenga la ayuda que necesita”. Como ejemplo, cita que “menos del 20 por ciento de las personas que sufren desórdenes generados por el uso de drogas están en tratamiento”, recalcando disparidades de género: “casi la mitad de los usuarios de estimulantes de tipo anfetamínico son mujeres, pero ellas conforman solamente el 27 por ciento de las personas que se encuentran en tratamiento”.

El reporte también habla, entre otros temas, sobre “la complejidad creciente de los negocios alrededor de la droga. Un capítulo especial explora cómo las economías ilícitas de la droga se intersectan con crímenes que afectan el medioambiente y la seguridad en la cuenca del río Amazonas; siendo las poblaciones rurales empobrecidas y los grupos indígenas quienes pagan el precio”.

Pero también hay una sección del reporte que está causando revuelo y esperanza. En el cuadernillo titulado “Cuestiones Contemporáneas sobre Drogas”, el segundo capítulo lleva por nombre: “Desarrollos recientes sobre los psicodélicos”. Esta es la primera vez que un reporte oficial de las Naciones Unidas habla sobre los psicodélicos desde una perspectiva terapéutica, obviamente sin dejar de lado las cuestiones legales, médicas, sociales, farmacológicas, de riesgo y prevención. Esto responde a un renovado interés por la investigación sobre este tipo de sustancias tanto en el ámbito académico como médico.

El reporte define a los psicodélicos como “un grupo diverso de sustancias que inducen estados alterados de conciencia, percepción, pensamiento y sentimiento; acompañado de distintos grados de alucinaciones visuales o auditivas”, y de manera particular, se enfoca en tres grupos de psicodélicos: psicodélicos clásicos —que incluye LSDpsilocibinaDMT y mescalina—, MDMA, y anestésicos disociativos.

Este capítulo recopila distintos estudios médicos y farmacológicos realizados en cada uno de estos psicodélicos. Por ejemplo, para la psilocibina —un alcaloide generado naturalmente por distintos hongos comestibles, utilizados en distintos rituales por los pueblos indígenas de lo que ahora conocemos como México desde antes de la conquista—, ya se encuentra en estudios clínicos de fase dos y tres, desarrollados en Estados Unidos y Canadá, para el tratamiento de condiciones como la depresión, el desorden bipolar, el síndrome de estrés postraumático, desórdenes alimenticios, migrañas, entre otros.

No solo las Naciones Unidas y Norteamérica se encuentran explorando los usos terapéuticos de estos alucinógenos. A partir del sábado anterior, Australia se convirtió en el primer país del mundo en autorizar el uso de psilocibina y MDMA como medicamentos. Sin embargo, no se planea que su uso sea para cualquier paciente y su consumo siempre deberá de ir acompañado de psicoterapia.

A pesar de tener estudios al respecto desde hace casi tres años, algunos científicos se preocupan por no tener información sobre el uso a largo plazo de estos psicodélicos. Por su parte, Susan Rossell, una investigadora australiana que realiza estudios sobre psilocibina en pacientes con depresión, reporta que entre 10 y 20 por ciento de las personas que consume el psicodélico tiene “una experiencia terrible” con esta droga.

Aunque celebro la intención y acción de explorar de manera controlada el poder terapéutico de los psicodélicos —que además, llevará a una mayor comprensión de la química cerebral—, también hay que recordar que muchos de ellos, al generarse naturalmente en organismos como ciertos hongos, son parte de las tradiciones de distintas culturas y también, parte de un ecosistema. La popularización de estas drogas ha dejado al peyote —productor natural de mescalina— al borde de la extinción. Así que la legislación de estas drogas, como toma en cuenta el reporte de la ONU en sus otras secciones, también debe de pasar por un cuidado medioambiental y social, controlando tanto la recolección —si es que queda permitida— como el cultivo de estos organismos. Sino, estaremos en riesgo de perder nuestra diversidad biológica y cultural.

El hongo Psilocybe cubensis —que sintetiza psilocibina de manera natural— creciendo en Xalapa, Veracruz. Fotografía de Alan Rockefeller compartida bajo la licencia: CC BY-SA 4.0

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