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Alma Karla Sandoval*

Imagínate viuda en Francia con tres hijos. Tienes veinticinco años en 1389, un tiempo donde las mujeres no gozaban de grandes derechos. Provienes de una familia conectada con la corte gracias al empleo de doctor y astrólogo de quien fuera tu padre, Tommaso de Pisan, quien se empeñó en que tuvieras una educación distinta pagando tutores para que aprendieras idiomas, ciencias, humanidades. Pero este hombre acaba de morir y sólo tres años después, tu marido con quien tuviste un buen matrimonio porque también apoyó que soñaras a tu arbitrio.

En ese marco arranca la carrera de la primera mujer que vivió de escribir, Christine de Pisan, filósofa, poeta, editora que rechazó irse a un convento o volverse a casar, las dos únicas opciones para una mujer sin padre y sin esposo. Valiente, decide aportar por la escritura, con ello cambia el paradigma de la dependencia económica, del sometimiento a cambio de protección.

Christine no tardó en abrir un taller en el que supervisaba la labor de los maestros calígrafos, los encuadernadores y los miniaturistas, sabía cómo porque además fue copista. Debió hacerlo, los bienes de su herencia familiar le fueron arrebatados en disputas legales, sin embargo, dio pelea. Frente a esa hostilidad, sacó adelante una potente y prolífica trayectoria que escandalizó a su entorno. Ofreció a sus amigos 100 baladas y abordó, tanto en verso como en prosa, los temas políticos y literarios de su tiempo. Escribió unas 400 obras.

Fue en 1404 cuando los miembros de la corte le piden que escriba una biografía del fallecido rey Carlos V de Francia, su primer encargo, con el cual asegura una fiel clientela entre los nobles. Atareada en esos menesteres, consigue mantener a su familia sin soltar la pluma ni el gusto por debate.

Un año después, escribe La ciudad de las damas (1405), libro que es la respuesta al popular poema Roman de la Rose de Guillaume de Lorris, que había acabado Jean de Meung, el cual se leyó como un manual de amor cortés donde se explica cómo un caballero puede conseguir o cortar una rosa, es decir, a una mujer mediante estratagemas de seductor que la relegan, en los versos de la segunda parte, al papel de arpía, debilidad o cuerpo cuyo único fin es satisfacer los deseos masculinos, por eso no hay enseñarle nada, porque es menos inteligente, y no lo aprovechará. Christine protesta con la alegoría de una ciudad conformada por mujeres que defienden una tesis concéntrica: el rol de la mujer como un ser inferior no es natural ni científico, es cultural.

La ciudad de las damas consta de tres partes como son tres las mujeres con las que la autora se encuentra y le van a ayudar a construir no un cuarto propio, sino una ciudad entera: la razón (para quitar un juicio negativo sobre las mujeres), la honestidad (con vara para medir) y la justicia (una probeta para examinar). Esos personajes también aparecen en la miniatura sobre pergamino cuyas medidas son 12 x 18 cm, que forma parte del libro, un libro iluminado.

En la imagen, Honestidad, Razón y Justicia llevan coronas y vestidos de damas de la corte. Las separa de Christine de Pisan un escritorio de madera; el trío parece discutir sobre dos libros en el mueble. La autora porta un velo blanco elevado en dos picos y una vestimenta azul, de cielo en ristre. En la primera escena de la miniatura escucha atenta a sus personajes; en la segunda, sostiene la típica paleta de albañilería con la cual está pegando ladrillos de una torre.

El rostro de Pisan, concentrado, muestra la determinación de una escritora cuyo feminismo la acompañó y signó hasta el final de sus días. Ante la escalada de la guerra civil, vivió retirada bajo la protección de un monasterio. En 1420, cuando los ingleses tomaron París, la resistencia francesa no levantaba. No obstante, en 1429, la noticia de que una joven había ganado la ciudad de Orleans y había coronado al heredero al trono, le llegó a una Christine de Pisan que desde hacía mucho no tomaba la pluma. Lo hizo una última vez para escribir un poema en honor de Juana de Arco.

*Escritora

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