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Un país a la medida de su gente

Vicente Arredondo Ramírez *

En el párrafo final de mi artículo de la semana pasada, señalé que, de acuerdo a lo que está sucediendo, “de ahora en adelante, la libertad y la democracia deben ser construidas “artesanalmente” por los diversos grupos humanos, para lo cual hay que desprenderse del modelo heredado de libertad y democracia producido “industrialmente”, el cual, por cierto, ya caducó en los hechos”.

El modelo del “libre mercado” y su correlato de la “democracia liberal” con partidos políticos y elecciones recurrentes ya mostró sus límites como propuesta para construir sociedades humanamente gratificantes. Esa propuesta ya no es más que una consigna ideológica publicitada al cansancio por los medios de comunicación empresariales, los cuales son componente esencial de ella.

En el modelo liberal gestado en Occidente todo se permite, menos cuestionar a fondo al propio modelo. Se soporta, y a veces se estimula, la crítica a la forma en que se aplica, pero no a los supuestos, ni al aparato estructural que lo sostiene. El resultado en la vida real es la prevalencia de los poderes fácticos, sobre los poderes formales “democráticamente electos” en los países “libres y soberanos”. Una muestra de ello es la absurda y artificialmente creada guerra de Ucrania, y el inconcebible e impune desmantelamiento de la forma de vida de las sociedades europeas, que con ella se está provocando.

Los procesos electorales “democráticos” son rituales, más o menos ordenados según el país, a través de los cuales los ciudadanos ratifican su deseo de seguir sujetos a un único esquema normativo de gobierno ya preestablecido, y en donde lo único novedoso y atractivo es tener la opción de decidir quién lo lidera formalmente.

En este sentido, es decepcionante atestiguar lo que en algún grado sucede en cualquier país en donde hay procesos electorales. Todo el interés gira alrededor de las personas a elegir, y de lo qué hacen los contendientes para endiosarlas o para demonizarlas. Los acartonados debates y la propaganda electoral no versan sobre diagnósticos integrales de cómo está operando el país, y mucho menos sobre los cursos de acción que orientarían la energía social hacia escenarios deseables compartidos. Lo común es hacer “promesas de campaña” desarticuladas y voluntaristas.

Hay una incapacidad crónica de analizar de manera holística la marcha del país, y sus interacciones con lo que sucede en el ámbito internacional. Se asume que el país es una isla en donde lo que pasa puede ser determinado por una sola persona. Se aduce que en todo caso ese tipo de análisis es materia de “expertos”, comentaristas o académicos en las universidades, porque en la vida real, gobernar significa “ser realistas”, ser políticamente correctos con los poderes hegemónicos, y tomar decisiones que impacten en el corto plazo, a la vez que generen estados de ánimo favorables en los ciudadanos.

Por si fuera poco, los compromisos del servicio de la deuda pública, limitan fuertemente la gestión de cualquier gobierno. Es un hecho que el endeudamiento, personal o colectivo, es la forma legalizada y promovida de la esclavitud moderna. También es comprobable que las elecciones formales no disminuyen la brecha entre el ciudadano común, y los hacedores de leyes, los formuladores de política públicas, y los administradores de la justicia.

Frente a esto, cómo construir un país a la medida de la gente, y no a la medida de modelos políticos y económicos diseñados para favorecer los intereses de corporaciones internacionales y de los gobiernos de los países hegemónicos que las cobijan. De igual forma, en otra escala, hay que preguntarnos qué hacer para que las instituciones públicas nacionales estén al servicio de la gente, y no al servicio de quienes se apoderan de ellas y las dirigen.

Hacer democracia real es una difícil tarea que requiere de un gran nivel de trabajo conceptual, analítico, legislativo, y organizativo, así como de claridad y firmeza en la defensa de valores claves, como la justicia, la solidaridad, el respeto, la búsqueda de la verdad, y la defensa de la dignidad humana.

En este marco de consideraciones, ¿Qué podemos pensar de la actual democracia mexicana? ¿Es deseable y posible hacer una “democracia artesanal”, a la medida de nuestra realidad? ¿Es deseable y posible sacudirnos del “modelo industrializado” de democracia, en el que no se toman en cuenta la historia, cultura, y las condiciones geográficas, económicas y políticas, no sólo del país en general, sino tampoco de las regiones dentro de él? ¿Qué sentido tiene una República Federal, como la nuestra, compuesta por una serie de estructuras estatales clonadas?

En pocas palabras, ¿Es deseable y posible construir una democracia “a la mexicana”, en donde en su diseño mismo queden interconstruidos los valores clave arriba mencionados? ¿Cómo asegurar que la mayoría de los mexicanos debatamos la forma en que queremos vivir en sociedad, y cómo hacerle para que el futuro dependa en gran medida de nosotros, y no de circunstancias y voluntades ajenas a nosotros mismos?

Si lo dicho y preguntado hasta aquí es sólo retórica, y carece de viabilidad, entonces no queda más que seguir siendo piezas de formas de vida social humanamente elementales e indignas.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.

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