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Nada se opone a la noche

Davo Valdés de la Campa

“Mi madre estaba azul, de un azul pálido mezclado con ceniza, las manos extrañamente más oscuras que el rostro, cuando la encontré en su casa esa mañana de enero. Las manos como manchadas de tinta en los nudillos de las falanges.

Mi madre llevaba varios días muerta”.

Así inicia Nada se opone a la noche de la escritora francesa Delphine de Vigan en la que a través del testimonio de sus familiares, la revisión de fotografías, películas filmadas en súper ocho durante las vacaciones y crónicas de su padre registradas en cassettes, reconstruye la vida de su madre, una vida que la llevó a quitarse su propia vida. Un poco después de narrar el día en el que encontró su cuerpo inerte, de Vigan lo revela a través de la voz de uno de sus hijos:

“Una tarde de ese mismo invierno, cuando volvíamos de una visita al dentista y caminábamos uno al lado del otro sobre la estrecha acera de la calle Folie Méricourt, mi hijo me preguntó, sin previo aviso y sin que nada en la anterior conversación hubiese podido predecir esa pregunta:

—La abuela… de alguna manera… ¿se suicidó?

Nada se opone a la noche no es una novela. Tampoco es en sentido estricto una autobiografía porque, aunque en algún punto la escritora nos cuenta desde su punto de vista el sufrimiento de su madre, el resto del texto está construido a partir de muchos testimonios: el de su hermana, sus tíos, su abuelo, etc. No cabe duda de que hay cierta ficcionalización, un doloroso ejercicio de ponerse en la piel de su madre, de escribir sobre ella, a partir de ella o para ella, no para justificar lo que hizo, sino para entender la verdad. Una verdad que no es posible entender sino a través de la ambigüedad, el secreto, las contradicciones y el misterio de una vida.

En el transcurso del viaje al pasado de su familia y a su propia infancia emergen secretos familiares que nadie se atreve a nombrar directamente. En ese sentido, el texto no sólo reflexiona sobre el dolor y la muerte sino que ahonda en la herida para explorar la estructura de la familia, una estructura que se repite una y otra vez en todas nuestras vidas. La familia que construye una parte de nuestra identidad pero que también destruye. En ese despliegue de brutal honestidad, de Vigan aborda temas como abuso sexual y la silente complicidad que siempre lo acompaña, suicidio, enfermedades mentales, sexualidad, conflictos con la autoridad e incluso el conflicto moral de relacionar a tu familia con la historia, en este caso, con la ocupación alemana en Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

De Vigan usa la ficción para enfrentarse a una verdad. Hacerlo de manera directa resultaría demasiado crudo (y eso que el texto en sí mismo es crudo y doloroso) e irreflexivo. Lo hace incluso con estrategias mismas de la literatura, como el develamiento de los misterios de la novela policiaca y la poesía del dolor. Sobre su estilo literario de Vigan reconoce: “sé que por las pesquisas fluctúo entre el periodismo y la literatura, al modo de Truman Capote, o de la Marguerite Duras de El dolor, sí, pero lo que escribo no es la verdad: es mi verdad, mi mirada sobre ella y quiero tener la libertad de aproximarme a los personajes. Me siento más cercana al estilo de Emmanuel Carrère”.

La atmósfera de Nada se opone a la noche es difícil de establecer. Se mueve entre lo trágico, lo absolutamente violento y la ternura infantil. Existe en todo el texto un gesto de niñez frente a la figura de la madre. No encuentro mejor manera de explicar sus matices, sino recurriendo al epígrafe de Pierre Soulages que abre el libro:

“Pintaba un día, el negro había invadido la tela por completo, sin formas, sin contrastes, sin transparencias.

En ese extremo vi de alguna manera la negación del negro.

Las diferencias de textura reflejaban la luz con más o menos debilidad, y de la sombra emanaba una claridad, una luz pictórica, cuyo poder emocional particular animaba mi deseo de pintar. Mi instrumento ya no era el negro, sino esa luz secreta procedente del negro”.

Finalmente es un libro que rastrea el origen de la escritura: “Cuando me encuentro con los lectores, en las bibliotecas, las librerías o los colegios, a menudo me preguntan por qué escribo. Escribo por el 31 de enero de 1980”.

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