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Elsa Sanlara

Hace unos días terminé de leer el libro «Los demonios del Edén», una impactante obra de investigación que revela los horrores de la mayor red de trata de niños en América Latina. Para leer ese libro se necesita tener un buen estómago, es tremendamente crudo. Me obligó a hacer pausas forzadas, ya que la brutalidad de los hechos me resultaba física y emocionalmente insoportable. Experimenté una mezcla de asco, furia y tristeza al confrontar la realidad de que existan personas capaces de satisfacer sus instintos más perversos y enriquecerse a costa de abusar sexualmente de niños de hasta 3 y 4 años.

Lydia Cacho, autora de este libro, es una valiente periodista de derechos humanos y feminista que ha dedicado los últimos 19 años de su vida a denunciar, con nombres y apellidos, a los tratantes de niños involucrados en la explotación sexual, el blanqueo de capitales y el tráfico de influencias. Recientemente, Lydia habló en un podcast acerca del miedo, ese sentimiento paralizante para muchos, y que a ella le preocupa cada vez menos, a pesar de seguir recibiendo amenazas de muerte. Según ella, si no te arriesgas en la vida para seguir tus sueños, para ser fiel a ti mismo en un mundo tan adverso, te vendes al sistema y terminarás cultivando una tristeza interna que te consumirá el resto de tu vida.

Lydia fue secuestrada, torturada y abusada sexualmente debido a que su libro «Los demonios del Edén» mencionaba nombres de senadores y gobernadores mexicanos vinculados a esta red de delincuencia organizada transnacional. Gracias a su valentía y a no dejarse dominar por el miedo, Jean Succar Kuri, el pederasta de Cancún, tratante de niños quien abusó, vendió y explotó sexualmente a más de 200 menores, fue encarcelado y condenado a 93 años de prisión.

Lydia se ha visto obligada a exiliarse, ya que ser periodista en México, de esos que cuentan la verdad, es casi igual o más peligroso que ser un soldado en primera línea de combate en medio de un fuego cruzado. Actualmente reside en España y admite que llora diariamente, y no la culpo, porque cuando vives lejos, la nostalgia aprieta, pero cuando la impunidad, la corrupción y la violencia te obligan a irte, entonces la nostalgia no solo aprieta, sino que te parte el alma y el corazón en dos.

Sin duda alguna, somos más los buenos que los malos. Los malos son pocos y se alimentan de nuestro miedo, ese que nos paraliza y nos obliga a mirar hacia otro lado, a callar o a irnos del país.

En un mundo donde cuesta cada vez más superar los miedos, México no se queda atrás. El índice de delincuencia, feminicidios y asesinatos aumenta de forma exponencial creando un miedo silencioso entre nosotros. No sabemos quién será la próxima víctima, no podemos saberlo ni controlarlo, pero sí podemos controlar cómo reaccionamos ante los delitos, y la única forma de enfrentarlos es denunciarlos y exigir a nuestros gobernantes justicia.

Cuenta una leyenda de indios americanos que, en una llanura, una tormenta de verano se aproximaba con ferocidad, anunciando su llegada con rayos y truenos ensordecedores. En esa vasta tierra, habitaban en extraña armonía dos manadas de animales distintos: las vacas y los búfalos.

Las vacas, criaturas tímidas y temerosas, se aterrorizaban ante la llegada de la tormenta. Sin pensarlo dos veces, huían desesperadamente, sus patas flacas y cansadas tropezaban una y otra vez en la llanura fangosa mientras luchaban por escapar del caos que les estaba cayendo encima. Sin embargo, su huida no las protegía, sino que las dejaba expuestas a los elementos y a la ira de la tormenta por más tiempo.

Los búfalos, por otro lado, criaturas valientes y decididas. En lugar de huir, corrían hacia la tormenta con la confianza de que, al enfrentarla directamente, superarían el desafío más rápido. Con su espíritu inquebrantable, los búfalos se enfrentaban a la adversidad con coraje y determinación, desafiando a la lluvia y al frío con cada paso.

A veces los efectos de la tormenta podían ser devastadores, pero los búfalos sabían que su valentía y audacia eran las herramientas más valiosas que tenían para superar la tormenta más feroz, una y otra vez.

Hoy por hoy nos está diluviando, la pregunta es: ¿Qué animal decides ser?

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