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Julián Vences y Alaíde Vences

Tetelpa, Morelos. Don Florentino, próximo a cumplir 91 años, siempre está ocupado: acude, por invitación, a fiestas patronales de pueblos cercanos y remotos; asiste a universidades, sedes de gobiernos y dependencias culturales a recibir reconocimientos; ensaya, elabora máscaras, atiende periodistas de medios locales, nacionales e internacionales; la hace de guía en el museo instalado en su domicilio.

El amigable profesor David Millán Romero nos llevó a platicar con el sabio anciano y sus hijos Roberto y Virginio. Nos acomodamos bajo la fresca sombra de un gigantesco mango criollo que de repente deja caer frutos maduros.

Su memoria no merma, está fresca, intacta. Ágil, camina derechito. Inmune a típicos achaques de la tercera edad, posee vitalidad increíble. Ingenioso, creativo, talla o arma máscaras de madera y las decora. Es ocurrente. Y cuando se le mete en mente algún proyecto no hay quien lo detenga o nada que lo haga desistir; como esa iniciativa de celebrar en grande los 100 años de la Danza del Tecuán.

En 1895, su abuelo paterno, don Ramón trabajaba en la Hacienda de San Nicolás cuando promovió la Danza del Tecuán; tuvo el tino de transmitir a su hijo Lidio todo lo concerniente a esa sincrética ceremonia: nombres e indumentaria de cada personaje, diálogos en náhuatl, cómo arrancarle ritmos y tonos al tambor lo mismo que a la flauta de carrizo. El año de 1927, con 20 años, Lidio ensayó por primera vez en Tetelpa la Danza del Tecuán y la sostuvo diecisiete años seguidos. Hasta que en 1943 murió.

A la pregunta de si habrá Tecuanes en octubre, por su cumpleaños, optimista y de buen humor, responde:

— Si mi padre me deja, yo digo que sí. Porque hasta que él no diga “hasta aquí mi’jo, ya ponte en paz”, le seguiré.

Su madre, Rafaela Severiano lo dejó huérfano de siete años. Cuatro años después murió su papá.

— Murieron de fuertes dolores en la parte derecha del abdomen. Los curanderos, porque no había médicos, diagnosticaron brujería —se lamenta.

Porque lo mandaban, iba la escuela, a párvulos, pero en vez de entrar, prefería bañarse en el río y al repicar la campana de salida, se revolvía entre los que salían de clases. En casa le pegaban porque nada aprendía.

Desde los diez años trabajó en el campo haciendo lo que un señor grande. Tenía doce años cuando la asamblea de ejidatarios lo hizo titular de la parcela ejidal que dejó su padre y por eso aprendió a escribir y a sacar cuentas, porque tenía que pagar abordada, plantada, limpieza de apantles y calcular cuánta semilla necesitaba y cuánto cobrar por el producto.

Después que su papá Lidio muere, mañana, tarde y noche el escuincle Florentino se la pasaba tocando el tamborcito y la flauta. Incluso se iba a la calle, toque y toque; daba vuelta a la manzana.

Una tarde que estaba sentado en el suelo, recargado en el tronco de un palo mulato, llegaron a verlo Pedro Ortiz, Maximino Bruno y Adelaido Bastida, tres señores que salían en la danza con su padre.

— Ira, venimos a verte para que saques la danza. Nos dimos cuenta que sabes tocar —dijo Pedro Ortiz.

Florentino, con una vara en la mano, se entretenía trazando algo en la tierra.

— ¿Sabes los diálogos? —preguntó Maximino Bruno.

— También, también —respondió, sin levantar la cara y siguió moviendo tierra con la vara.

— ¿Entonces, aceptas? —preguntó Adelaido Bastida.

— Sí —contestó, concentrado en la vara.

— Porque ya mero habrá junta del pueblo, para preparar la fiesta —explicó Maximino.

— Ajá —respondió despreocupado.

— Entonces, ¿venimos a verte el día que se haga la junta? —preguntó Adelaido.

— Ándeles pues —respondió tranquilo.

El sábado, a la hora de la junta, Florentino andaba jugando con los demás chamacos. Por ser ejidatario, la asamblea le asignó poner una corrida de toros.

— Él no podrá dar la corrida —dijo Pedro Ortiz al Ayudante (Jesús Cuevas, ya finado).

— Le toca, ya es ejidatario. ¿Por qué no puede?

— Pues porque va a sacar la danza de Tecuanes —explicó Bastida.

—¿Seguro que sabe tocar?

— Seguro —afirmó Adelaido.

— ¿No me engañas?

— No —ratificó Maximino.

Fueron por Florentino y lo llevaron ante el Ayudante.

— A ver amiguito, ¿que usted va a tocar la danza de los tecuanes?

Florentino volteó a mirar a los tres señores.

—Dile que sí, dile que sí —suplicó Bastida.

— ¿Muchacho, me están engañando? —preguntó el Ayudante.

— Dile que no, dile que no —se apuró Pedro.

Habían pasado tres años sin danza de tecuanes. En cuanto el Ayudante comunicó a la asamblea que ahora sí la tendrían y que el pitero sería el chamaco Florentino, la banda de viento soltó una tanda de dianas. La gente aplaudió. Hartos muchachos se arrimaron a Florentino pidiendo que los apuntara. En dos por tres completó la lista de 24 danzantes: Salvadorchi y Mayeso, Rastrero y su Perrita, Juan Tirador, dos Curanderos, Lanchero, Lechero, Trampero (Chahuastrero), Pascasio o Yerbero, Venado, Zopilotes (10), Gervasio el Ermitaño y el Jaguar.

Y, para sorpresa de chicos y grandes, el día de la fiesta entró en escena el sorprendente relevo de solo catorce años: el nieto del finado don Ramón.

— Me suena increíble, ¿cómo le hizo? —pregunto.

— Desde niño, en la danza, yo salía de zopilotito; aprendí todos los diálogos en náhuatl. Siempre alerta del momento en que mi padre soltara el tamborcito y la flauta para yo repetir la musiquita que le escuchaba. Así fui aprendiendo. Con un botecito de chocolate Morelia hice mi primer tambor, me lo colgué con un mecate; también hice mi flauta. Acompañaba a mi papá cuando cortaba carrizo ahí por el Puente Negro, en la orilla del río Apatlaco, por el rumbo que nombraban casa del japonés –refiere don Florentino.

Setenta y siete años lleva don Florentino de maestro pitero. Su hijo Roberto ya domina el tambor y la flauta, las secuencias y pasos de la danza, así como diálogos e indumentaria de los veinticuatro danzantes. Y por eso, en vida, en la Iglesia, delante de numerosos fieles, teniendo como testigo de honor al profesor Jesús Parra Duje, el 8 de diciembre del 2012 le entregó el bastón de mando, haciéndole responsable de mantener viva esta tradición generacional.

— Al profesor Parra Duje se debe la inicial difusión de la trascendente labor de don Florentino. Primero lo llevó al programa televisivo “México, magia y encuentro” conducido por Raúl Velasco y después a diversos lugares de México –interviene el profesor David Millán.

— A raíz de que a mi papá se le vino la idea de juntar a maestros piteros en Tetelpa, este pueblo ancestral ahora se conoce por la danza, es su identidad. A sus dos fiestas (8 de diciembre, Purísima Concepción y 26 de diciembre, San Esteban) acude mucha gente. La Danza del Tecuán generó un bum. En 2011 participamos en una reunión celebrada en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM – UNAM); llegaron gente de la UNESCO, tecuanes de Puebla, Tlalixtaquilla, Izúcar de Matamoros, Tepalcingo, Coatetelco, Zitlala, Guerrero y nosotros. A raíz de esa reunión a mi papá lo galardonaron como “Tesoro vivo de Morelos”, reconocido por la UNESCO. Con bastante éxito, el pasado 15 de abril celebramos aquí el Séptimo Encuentro Nacional de Tecuanes, asistieron —informa Virginio.

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