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Rafael Acevedo

La primera narración portorriqueña que puede considerarse contiene trazas de fabulación científica es La antigua sirena (1862), de Alejandro Tapia. Se trata de una “leyenda”, donde el autor incluye reflexiones sobre la filosofía de la ciencia, entre hornillos, crisoles, tubos y matraces. Claro, unos veinte años antes, un periodista español, José Salas y Quiroga, ya había realizado una caracterización de nuestra isla que no debemos dejar a un lado: “Puerto Rico es como el cadáver de una sociedad que no ha nacido”. Así que la metáfora del zombi nos es muy

familiar. Tapia luego la retomaría en sus Póstumos (1872-1882) “sátiras fantasmagóricas”.

Pero habría que esperar a los Cuentos Populares (1914) de Pablo Morales Cabrera, para leer una colección de relatos cuyo fin fuese, precisamente, instruir a los lectores en las disciplinas científicas, de modo que abandonaran las falsas creencias. Sin embargo, todavía aquello tampoco era auténtica ciencia ficción. Cuando Steve McQueen y Aneta Corsaut huían de la gelatina voraz en The Blob (1958), primer fin protagonizado por el luego célebre actor de películas de acción, ya Washington Llorens publicaba sus relatos de ciencia ficción en el Puerto Rico Ilustrado. Pocos años después, 1960, los reúne en La rebelión de los átomos, primera colección de cuentos de dicho género de un autor puertorriqueño. Para más antecedentes, habrá que leer otros libros. Aunque se pude dar por cierto que, hasta los cuentos de

Pedro Cabiya, Historias tremendas (1999), o la primera novela de ciencia ficción en Puerto Rico, Exquisito cadáver (2001), de quien estas líneas escribe, pasaron algunas décadas. Es sólo en este siglo xxi que el género adquiere carta de autoridad. De esa familiaridad entre escritores y

lectores, nace esta antología. Como en toda selección, resulta determinante el gusto personal; en el caso que nos ocupa, podría discutirse hasta la propia denominación del género: nadie sabe, a ciencia cierta, lo que es ciencia ficción. Valga la redundancia. Para Brian Aldiss, uno de esos autores que la crítica especializada llama maestros del género, la etiqueta se presta a varias confusiones, desde su misma creación. Dado que cobija a muchos creadores diferentes bajo la misma bandera. A menudo, también, se ha cargado de significados peyorativos. Así, el escritor británico ofrece una solución salomónica a ese desorden: propone olvidarse del término ciencia ficción y denominar ese corpus textual simplemente como surrealismo. Sin duda, Aldiss no era muy bueno aclarando cosas. Su propuesta sólo podría crear más caos.

Yo, por mi parte, y sin tomar en consideración que provengo de un pequeño país-satélite flotando en el Caribe, voy a proponer una analogía que acabará con estas discusiones académicas. Me explico: si las necesidades mínimas para producir la fusión se llaman Criterios de Lawson, y son criterios de densidad iónica y tiempo mínimo de confinamiento necesario, entonces, por analogía, las necesidades mínimas para producir ciencia ficción podrían llamarse Criterios de Aldiss, y serían: 1) densidad onírica; 2) fusión tecnológica, y 3) tiempo mínimo de desarrollo.

Debo admitir que desde hace mucho tiempo, incluso antes de la caída del muro de Berlín, ya pensaba que uno de mis escritores favoritos, Walter Benjamin, había intuido y quizás demostrado que la imbricación entre el surrealismo y algún modo particular, sistemático, de interpretación de la realidad, era un develamiento importante y políticamente significativo.

He podido leer en Benjamin una suerte de anime, con una carga que ni siquiera Mamoru Oshii es capaz de repetir. Es suficiente ver Tenshi no tamago [El huevo del ángel] para tener una idea de cómo la mitología, el sueño, la metáfora, son los modos más apropiados de anticiparse al presente. Vivimos en un universo de ciencia ficción. El mundo es ya postapocalíptico. Sin embargo, es la belleza de las imágenes lo que nos permite apurar el trago y entender que, creando esa visión cuasi futurista, hablamos y analizamos el pasado y el presente. ¿De qué otro modo podría ilustrar la concepción de la historia del intelectual alemán? Quiero decir, ¿no es un tanto manga, dibujo caprichoso, su alegoría?

En su Tesis de Filosofía de la historia, Benjamin ataca la concepción positivista de esta ciencia como sucesión cronológica de eventos, ilustrándola con un panorama desolador de la mano de Paul Klee: Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas.

Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única, que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies.

Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso. (Walter Benjamin, “Tesis de Filosofía de la Historia”, en Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1971, p. 9.) Creo que, complementado por la tesis con Benjamin, lo antes dicho por Brian Aldiss ya no suena tan simplista.

Pero aun así la idea del buen Brian supone una explicación amplia para la que no tenemos espacio ni tiempo; dejémoslo estar, pues. Los nueve autores cuyos textos se incluyen aquí:

Durandål, Rosa, López, Fuster, Rabelo, Cabiya, Livmar y Acevedo, han escrito ciencia ficción y fantasía con regularidad. En ellas y en ellos vemos una representación de parte de la historia literaria del género no realista en Puerto Rico. En todos los relatos se presentan las reflexiones, tan caras al género, sobre las fronteras de lo humano y los imaginarios sobre el fracaso de la modernidad proyectados al futuro. Desde un gato viajando por la Vía Láctea con un humano extraño y el horror de los reality show de tv, hasta la redacción de novelas radiotelescópicas, las noches lavanda o los Orishas eléctricos, la ciencia ficción en Puerto Rico es ya un género familiar en las letras, que se derrama más allá de todas las definiciones duras.

Soy consciente de que propongo unos criterios nacidos, sinceramente, más bien del capricho personal. Pero siempre pueden usar armas nucleares y construir otro mundo, si les place.

*Pronto saldrá Confederación Eléctrica Caribeña, una selección de ciencia ficción caribeña. Emiliano Becerril invita a Rafael Acevedo, quien se hizo cargo de la sección boricua. Aquí unas palabras preliminares a la sección puertorriqueña

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