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¿Hay que temerle al feminismo?

Valentina Tolentino*

El feminismo es un movimiento político y existencial, entre otras características. Tener estas dos particularidades, pero sobre todo la primera, hace que se le mire como artefacto bélico, de combate. Es verdad que implica el combate, así es, pero no busca hacer la guerra. Implica la lucha por el hecho de que todos los aspectos de la vida social están revestidos de violencia. ¿Qué quiere decir esto? Que quienes realizan el ejercicio crítico, el cuestionamiento acerca de relaciones y conductas que reprimen a las mujeres, se ven irremediablemente aludidas/os y trasladan esa toma de conciencia a todas las esferas de la vida. Porque la dominación y la violencia, no olvidemos, se encuentran tanto secreta como explícitamente difuminadas en una estructura que luego tiene salida en actitudes, miradas, perspectivas y percepciones con que juzgamos al resto, a las y los otros.

Se ha visto, comúnmente, que hay dos posturas características de evasión o salida fácil frente a este problema que cada vez se aproxima más hacia nuestro confort personal, que toca nuestra puerta y apela por lo menos a nuestra opinión. Una de esas posturas es representada por la frase “Ni machismo ni feminismo, mejor humanismo”. ¡Hay tanto qué decir para desentramar esta falacia!, que no dará tiempo en esta breve reflexión. Pero lo que se puede ver es que ese dicho aspira a una supuesta neutralidad y al bienestar de hombres y mujeres en general a partir de un bien legado desde el Renacimiento: el humanismo; aunque, no olvidemos, este valor fundacional del hombre como sujeto racional estaba restringido solo a ellos, a los hombres. Descansar sobre un aposento que se quiere humanista es negar el problema de la exclusión histórica de las mujeres, pues, ¿quiénes eran considerados los humanos, los pensantes, los que hacían ciencia y se dedicaban al pensamiento? Desde luego las mujeres no eran parte de este sujeto de la construcción humanista.

Lo mismo sucede con la otra falacia en el ámbito de la política que, más o menos, se pregunta lo siguiente: “¿Para qué quieren las mujeres representación en los escaños, si ya tienen derechos como ciudadanas?”. También se puede rebatir mucho a esta lapidaria frase. Quedémonos sin embargo con el recordatorio de este antecedente: la figura del ciudadano, nacida en el contexto de la Revolución francesa a través de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyas bases teóricas son aporte de Jean Jacques Rousseau (1712-1778), entre otros, otorgaron una serie de derechos naturales y universales únicamente a los hombres. Las mujeres quedaron excluidas de la vida pública y política (de ahí la afrenta de Olympe de Gouges, quien en respuesta elaborara como manifiesto La declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana en 1791, y quien por sus protestas y postura política fuera condenada a morir en la guillotina en 1793).

Bien, pues la figura del ciudadano, históricamente y en los gobiernos que la han adoptado como aquella que detenta derechos políticos, no ha sido extensiva hacia las mujeres en la práctica. Baste con saber que en México las mujeres adquirimos el derecho al voto hasta 1953; eso en la parte constitucional, imaginemos cómo será aún en la práctica y lo lejos que se está todavía de que las mujeres seamos participantes activas en la configuración de la vida política del país; y, en consecuencia, que los derechos, formas de vida, y cuestiones propias de las mujeres estén en efecto representadas y legisladas. Lo que es evidente es que la figura del ciudadano, así, a rajatabla, no las incluye porque todavía se piensa que esas cuestiones son “domésticas”.

De modo que, si analizáramos falacia por falacia, llegaríamos a una idea en la que convergen, si no todos, sí la mayoría de los feminismos: lo que se busca es ir desterrando esas ideas que parecen normales y que derivan en normativas ya que, precisamente, se pretende una sociedad en donde quepan todas y todos. La tarea de la construcción de una sociedad que deje de reproducir odio, intolerancia y vejaciones al otro inicia con la aceptación de que este sistema está construido en favor de un género, el masculino; aunque hoy también muchos hombres deseen el cambio porque a ellos también causa frustraciones e insatisfacción.

Esa construcción no puede gestarse si no es por medio del revés del odio: el amor y el afecto, la empatía y la comprensión son hoy características imprescindibles en la producción de estas nuevas maneras de estar en el mundo; de estos modos de existir que nos permitirían navegar una travesía menos caótica de la que de por sí ya implica ese estar arrojados aquí, en este mundo, sin remedio.

*Valentina Tolentino es académica de El Colegio de Morelos. Columnista invitada de Héctor H. Hernández Bringas.

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