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La indignación (segunda y última parte)

César Arenas*

En la famosa novela de Alejandro Dumas El conde de Montecristo encontramos un complejo proceso de indignación cuando observamos cómo Edmundo Dantés logró transformar sus emociones desde el odio, la frustración y los pensamientos de venganza.

Fue traicionado por su supuesto amigo, novia y hasta las autoridades, quienes prefirieron cuidar el interés personal que la lealtad, el amor y la legalidad. Al protagonista le llevó muchos años alcanzar la verdad y la justicia por sí mismo, combinando la venganza y el perdón con las personas que lo habían dañado.

El propósito de recordar esta novela es para enlazarnos con las ideas expuestas en el artículo anterior, donde decíamos que la indignación conllevaba una exigencia de cambio.

La indignación implica cambios, pero ¿cómo y desde dónde deben hacerse estos cambios? La filosofía budista nos da una respuesta al sugerirnos mirar nuestros estados de vulnerabilidad. De esta forma, podemos encontrar los alcances de nuestra indignación al analizar el grado de vulnerabilidad que hayamos sentido.

Esto abre un camino ineludible a una lucha interna para trasformar el enojo, el miedo, el odio, la venganza o el rencor, hacia emociones totalmente contrarias: perdón, paz, seguridad, amor, respeto y confianza. La primera batalla es con uno mismo y el tiempo es un factor determinante.

Pero ¿cuánto tiempo se necesita para reconocer esta vulnerabilidad y transformarla? Con Edmundo Dantés tuvieron que pasar muchos años.

No es el propósito de este artículo abordar las distintas técnicas de introspección, sino mostrar la posibilidad de transformar la indignación. Mientras no se haga lo anterior, no será posible avanzar hacia otras batallas que nos permitan protegernos o evitar la repetición de situaciones injustas.

En la transformación no sólo cambiamos nuestras emociones, sino que también buscamos establecer nuevas escalas de valores y construir formas distintas de relacionarnos. Visto así, la indignación puede ser entonces una forma de aprendizaje. Primero, para reconocer que somos vulnerables. Segundo, nos da la posibilidad de ser empáticos con las personas que se encuentren o hayan sufrido la misma condición de injusticia.

Al reconocer eso, podemos luchar entonces por cambiar los factores que generan la injusticia o que colocan a las personas en situaciones vulnerables. Lo anterior nos podría conducir a luchas más en lo colectivo que en lo individual, debido que se trata de un problema compartido.

Con estos dos artículos hemos buscado reflexionar sobre la importancia de usar la indignación como un mecanismo de cambio profundo. De nosotros depende lo que hagamos con nuestra indignación: o nos mantenemos en el enojo y el odio, o trabajamos con ayuda del tiempo (y de muchas otras cosas más), en transformar positivamente nuestras emociones y acciones.

Esto no sólo es posible sino necesario, sobre todo en tiempos donde muchas personas prefieren quedarse enojadas, frustradas, adaptarse y normalizar la injusticia como si fuera algo irremediable.

* Investigador en ciencias sociales.

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