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Raúl Silva de la Mora

Siempre me asombro el espíritu de Mario Casasús para hacer de la historia un territorio donde todo es posible. Muchas veces, cuando me contaba de sus hallazgos, me quedaba con la sospecha de que su curiosidad se desbordaba hacia los confines de lo fantasioso, de tal manera que veía una gran historia donde apenas si existían vestigios.

“Entre el espíritu y el alma está la imaginación”, decía en el siglo XVIII el pensador francés Joseph Joubert, una certeza que le viene bien a la vida que Mario Casasús eligió vivir, para fortuna de todas y todos sus lectores de ayer, hoy y mañana. La historia de Morelos, la historia de México, la historia de América Latina y, sobre todo, la historia de la conciencia memoriosa le debe a Mario un eslabón entre la vida, la memoria y la certeza de que lo justo nos honra como habitantes de este planeta.

En 2007, mientras yo viajaba por Buenos Aires, lo busqué porque sabía que en ese momento se encontraba en Chile, mi siguiente parada, pero no llegamos a vernos porque él, fiel a su espíritu, enfrentaba una de sus tantas Cruzadas ineludibles: “Compa Silva, lo siento pero estoy en Temuco, camino a una comunidad mapuches, por el problema de las leyes antiterroristas aplicadas por el presidente de la Fundación Neruda”.

Días después me envió un texto periodístico que publicó en varios medios de América Latina, donde se pronunciaba: “Hago público lo que ya les pedí en correo privado a Roberto Fernández Retamar y Ana Pizarro: Declaren desierto el premio Neruda 2007. La Fundación Neruda invierte 2.3 millones de dólares junto al terrorista de Estado, Ricardo Claro (asesor y embajador de Pinochet). El presidente de la Fundación Neruda, Juan Agustín Figueroa, es responsable de la Aplicación de la Ley Antiterrorista contra la comunidad mapuche, lo que inspira al resto de los latifundistas en el sur chileno a desempolvar las viejas leyes de Pinochet.” De esa naturaleza eran las Cruzadas de Mario Casasús, documentadas con un rigor impecable, y que por lo general traían consigo la publicación de un nuevo libro.

Hacer un recuento de estas incansables Cruzadas nos depararía una geografía amorosa, por más que en muchas de ellas vivió la confrontación, el cuestionamiento, el rechazo, la indiferencia y el desdén. Su amor por la historia, su amor por la vida, y la certeza plena de que sólo la verdad nos hará libre, fue un Don que iluminó la vida y el caminar de Mario Casasús.

En 2020, durante sus investigaciones sobre el archivo del coronel zapatista Francisco Chico Franco Salazar (1869-1947), guardián de las escrituras comunitarias del pueblo de Anenecuilco, Mario denunció estos agravios: “El gobierno de Salinas designó al hijo del implicado en la conspiración para asesinar a Chico Franco (un empleado de Nicolás Zapata), el gobierno de Graco Ramírez designó al sobrino de Santiago Aguilar (socio de Nicolás Zapata en el reparto del botín de guerra) y el gobierno de Cuauhtémoc Blanco designó al nieto de Nicolás Zapata para que resguarde el Archivo Chico Franco. El nieto era policía de tránsito y tablajero (un historiador debe dirigir el Museo Casa Zapata, ningún familiar o socio de Nicolás Zapata puede resguardar los Títulos Primordiales). El PRI, el PRD y la 4T cometieron una apología del delito designando a los familiares de los asesinos y ladrones en la dirección del Museo Casa Zapata. El Estado debe reparar el daño, el Archivo General de la Nación debe rectificar el nombre del “Fondo Guillermo Sotelo Inclán”. Chico Franco sacrificó la vida al resguardar los Títulos Primordiales de Anenecuilco”.

Cuando seres como Mario Casasús se van pronto de esta vida, es imposible no sentir lo injusto que esa naturaleza implacable. Pero la vida también se construye de memoria, de herencias que fortalecen nuestras conciencias. “Aquél que tiene imaginación, pero carece de conocimientos, tiene alas, pero no tiene pies”, decía también el sabio Joseph Joubert. Mario Casasús tenía alas y pies.

 

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