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Julián Vences

Noé Millán Romero, multi instrumentista profesor de música, considera que entre sus alumnos talentosos destaca Miguel Reséndiz. Y se me hizo conocer a Reséndiz; platiqué con él.

—Nací en México el 6 de junio de 1986. No conocí a mi papá, un jipi rockero de la época de Avándaro. Desde los dos años vivo en Tequesquitengo. Crecí apegado a mi mamá, Rosa María Reséndiz, una fiel amante de la música; se me quedaron grabadas en la mente melodías que ella disfrutaba. Dado que ella trabajó en Jojutla, hice el kínder en el Leona Vicario, la primaria en la Cuauhtémoc y la secundaria en la Benito Juárez. En la primaria, por mi carácter reservado y no tener distracciones, fui alumno de nueves y dieces. Quería ser marinero o historiador, influenciado por “La Antorcha Encendida”, telenovela sobre la época de la Independencia.

—¿Cuándo y cómo empiezas con la música?

—Un tío mío tocaba guitarra en una estudiantina. “Se oye padre, lo hace bien”, pensé al verlo practicar en casa. ¿Quieres aprender?, me preguntó, no recuerdo qué contesté. De lo que sí me acuerdo es de haberle pedido prestada su guitarra porque el profesor de educación artística, David Millán, nos pidió llevar un instrumento musical. Al ir revisando qué llevamos, el maestro vio que yo tenía la guitarra acostada en mis piernas y usaba mis dos pulgares; con el izquierdo pisaba el traste y con el derecho rasgaba cuerda por cuerda. Enderézala, utiliza los dedos así, me instruyó. Nos enseñó los primeros rasgueos; canciones fáciles como esa de Xochipitzahuatl. Supe que yo no lo hacía mal. Lo disfruté. Y, sobre todo, me ayudó a vencer la inseguridad, a sentir que yo era capaz de algo hacer bien.

¿Quién se anima a tocarlo?, preguntó el maestro; se refería a un bajo eléctrico con amplificador, cosas desconocidas para mí. Nadie respondió. Luego salió a la dirección. Agarré el bajo. Tú lo vas a tocar, sentenció al cacharme rasgando las cuerdas. Acepté, no por valiente, sino por curioso. De revistas de música empecé a sacar canciones, básicamente boleros, baladas.

Para tu guitarra eléctrica mejor aprende las de este cancionero de rock, me sugirió un amigo.

Esa guitarra la compró mi mamá en la Carbajal Musical. Me enfoqué en aprender canciones de Carlos Santana. A su hijo le puse unos ejercicios no tan sencillos y la mera verdad no le costó trabajo ejecutarlos, se le facilita mucho, le explicó el instructor Nicolás a mi mamá.

Para el festival del Día de las Madres interpretarás dos de Santana, me propuso el maestro David. El mero día me sentí muy nervioso, pues por vez primera sería solista. Pero al hacerlo gané seguridad en mi carácter, eso me marcó y partió mi vida. A partir de ahí participé en todos los festivales.

—¿Qué piezas interpretaste?

—Europa y Samba pa’ ti.

—¿Por qué partió tu vida?

—Porque faltaba a clases; me la pasaba aprendiendo canciones, tenía hambre de música. Me olvidé de las otras materias. Porque reafirmó mi gusto por la música lo que me dijo el maestro Santiago, el de física, el día que entregó calificaciones finales y yo estaba segurísimo de reprobar: No te reprobé, te puse siete. Pero síguele echando ganas a la música, no la dejes, me dijo a solas. En la fiesta de clausura toqué otras de Santana y de Maná.

Te sugiero que tomes clases con mi hermano Noé; él te enseñará armonía, me dijo el maestro David cuando nos despedimos. Entré al Cebetis 136 pero al mes mandaron traer a mi mamá porque yo seguía faltando a clases.

“Hijo, si quieres estudiar guitarra, adelante, pero hazlo bien” —le dijo su mamá.

—¿Fuiste a clases con Noé Millán?

—Sí.

—Ya te enseñé lo que sé —me dijo pronto el profesor Millán—. Inscríbete en el Centro Morelense de las Artes (CMA), ahí puedes aprender más y podrás tocar mejor.

—Ahí asistí dos semestres. Dejé de ir porque sólo enseñaban música clásica. Agarré experiencia tocando en fiestas, pero hubo un momento en que me sentí estancado en los grupos que tocaban salsa, cumbias o merengues. Regresé al CMA porque ya había clases de Jaz. Y el día del recital de fin de cursos viví una de las experiencias más bonitas cuando el maestro pasó a tocar un blues y me pidió que lo acompañara. Al finalizar, un compañero me dijo “qué chido”.

—¿Seguiste estudiando música?

—Tomé un diplomado de mucho nivel en La Salle, eso sí, muy caro para lo que yo ganaba; sin embargo, lo consideré una inversión. En esa época sentí que el mundo se me venía encima porque pronto sería papá. Simultáneamente tuve audición para el Colegio de Música Berklee, de Boston, de prestigio mundial; los seleccionados serían becados al cien por ciento, incluido el alojamiento. Me escribieron diciendo que aprobé, pero que por el promedio bajo de secundaria y la no conclusión del bachillerato solo me otorgaban el cincuenta por ciento de beca. Ni modo, no pude ir. E incluso le dije al director de La Salle que por lo de mi hija ya no podría asistir. Me consiguió media beca. Y aun así quedé endeudado, aunque después pagué todo.

—Tengo entendido que te está yendo bien. Cuéntanos.

—Un amigo se enteró que José Manuel Figueroa necesitaba un guitarrista para dos conciertos y me llamaron. Sentí miedo, pero el que te paraliza, sino esa clase de miedo que te impulsa. Su director musical me felicitó. Con José Manuel me aventé una gira por todo el país, cerramos en el Auditorio Nacional y de ahí fuimos a Sudamérica. Después acompañé en Cuernavaca a Carlos Cuevas, a Calibre 50, Erasmo Catarino, Francisco Céspedes, Aranza. Actualmente hay química con los hermanos Coronel, Emiliano y Vladimir, integramos “La Cura”, estamos por sacar nuestra primera creación.