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La educación superior no es un derecho para la mayoría

Héctor H. Hernández Bringas

En próximos días, dará inicio el ciclo escolar en universidades e instituciones de educación superior en el país y Morelos. Qué bueno por los miles de jóvenes que, ya sin pandemia, retoman sus actividades y por aquellos que, de recién ingreso, inician un nuevo ciclo de su vida con la esperanza de salir adelante en la vida a través del estudio, felizmente “aspiracionistas”. Pero muchos jóvenes, la gran mayoría de los que aspiraron a tener una oportunidad, han quedado excluidos de esa posibilidad y no han podido ejercer su derecho a la educación. Por ejemplo, la UNAM sólo admite al 10% de los aspirantes anualmente.

En México, la desigualdad y la pobreza son problemas históricos que provienen desde nuestro inicio como Estado nacional, pero que se han acentuado en las últimas décadas. La desigualdad de oportunidades, de manera particular en el acceso a la educación, la alimentación y los servicios de salud, afecta en mayor grado a la población pobre, a los grupos étnicos minoritarios, a los niños y jóvenes y a las mujeres; la mitad de nuestra población vive en pobreza, en un marco de enormes contrastes y en una etapa de violencia creciente. La educación, como lo ha demostrado la experiencia histórica, es el medio privilegiado para superar los problemas sociales, pero México ha padecido a lo largo de los años un rezago educativo a nivel básico, y parece que en muchas cosas retrocedemos, como queda de manifiesto en los cambios en curso (libros de texto ideologizados y de deficiente calidad académica), A ello hay que agregar el hecho de que la educación superior sólo da cabida a un tercio de los que están en posibilidades de estudiarla.

El progreso económico de las naciones y de México en particular depende, hoy más que nunca, de su capacidad para aprovechar las ventajas del conocimiento. Cada vez más, la actividad productiva y la participación de los países en los mercados están sustentadas, como pocas veces en la historia de la humanidad, en sus niveles de desarrollo tecnológico, de innovación y en la fortaleza de sus sistemas educativos. Es un hecho que las sociedades que más avanzan en lo económico y en lo social son aquellas que han logrado cimentar su progreso social y económico en el conocimiento. Las sociedades mejor educadas, con mayores niveles de escolaridad, son las que tienen mejores niveles de vida y las que tienen mayor apego al estado de derecho y sistemas productivos vigorosos.

La inserción plena de México en la economía y sociedad del conocimiento ha de requerir necesariamente del fortalecimiento de su sistema educativo, particularmente en el nivel superior, así como de sus capacidades de investigación e innovación.

Sin embrago, no parecemos estar encaminados en ese sentido. México presenta una tasa de matriculación en educación aún muy baja que sólo abarca a un tercio (32.7%) de la población entre 18 y 24 años. Esta cobertura, está por debajo del promedio mundial (38%) y muy lejos del promedio de América Latina y el Caribe (superior al 50%).

La falta de oportunidades está comprometiendo el futuro de millones de jóvenes y aun del país mismo. La exclusión es mayor entre los más pobres, como queda d manifiesto en las bajas tasas de cobertura de estados como Guerrero, Chiapas y Oaxaca.

En cambio, hace unos días pudimos ver un despliegue de fuerzas del Cartel Jalisco Nueva Generación en donde se expresaba lo siguiente: “vengan con nosotros, aquí la cobija si es muy grande y cabemos todos”.

Fuentes: Cálculos propios a partir de Anuarios estadísticos de ANUIES; UNESCO

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