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La colosal ballena peruana

Gabriel Millán*

Desde el 2 de agosto los medios internacionales comenzaron a vibrar: en Perú se habían encontrado restos fósiles del animal más pesado del mundo. El hallazgo, publicado en la revista Nature, muestra un análisis de las vértebras de un animal marino (un cetáceo específicamente) de un peso descomunal, más que la ballena azul (el animal más grande del presente) y de mayor tamaño y peso que cualquier dinosaurio. Tanto así, que el equipo de científicos peruanos que hizo el hallazgo y la investigación decidió nombrarlo como Perucetus colossus, obviamente por su colosal talla.

Perucetus colossus vivió hace 39 millones de años, se calcula que medía alrededor de 20 metros de longitud y las estimaciones máximas de su peso son de 340 toneladas. No es el animal más grande pero sí el más pesado que se conoce hasta ahora. Una de las razones de ese gran peso se debe a que los huesos son muy compactos. A diferencia de otros animales, por ejemplo las aves, cuyos huesos son huecos (recuerden cómo son los huesos de las alitas) las vértebras encontradas de Perucetus colossus son inusualmente densas y grandes, alrededor de 350% de mayor tamaño que otros animales del mismo grupo (basilosaurios).

Para darnos una idea de qué tan pesado es eso, piensen que un tren de 9 vagones del metro de la CDMX lleno (con 1,530 pasajeros) pesa 349 toneladas. Es decir que hace millones de años hubo un animal tan pesado como 9 vagones del metro de la CDMX lleno de capitalinos, nadando por ahí.

Mientras María Chavarría (paleontóloga de la UNAM, excelente asesora y buena amiga) se preguntaba sobre cosas complejas como la forma en que este animal se movía, yo estaba sorprendido con la cantidad de comida que debía ingerir un animal de ese peso y, por supuesto, la cantidad de popó que habría hecho.

Eso me llevó a pensar en el excremento de las ballenas actuales, cómo es y de qué tamaño, qué pasa con él cuando sale ¿cae al fondo del mar o se disuelve?, etc. Investigué un poco y encontré un video impresionante sobre cómo defecan las ballenas azules (spoiler: es líquido y verdoso), además de varios estudios sobre el rol de los excrementos de estos mamíferos marinos en la fertilización de la superficie del mar, en el crecimiento del fitoplancton y, por lo tanto, en la absorción de CO2 y la producción del oxígeno que respiramos. Uno de los estudios sobre la concentración de nutrientes en las heces de las ballenas se hizo en Noruega, en las costas de un lugar llamado Svalbard. ¿Les suena?

En La brújula dorada (una excelente película de fantasía del 2007, protagonizada por Nicole Kidman y Daniel Craig y dirigida por Chris Weitz) Svalbard es el nombre del reino de los panserbjørn, osos polares con pulgar opuesto como nosotros; inteligentes, con capacidad de habla, herreros expertos y que usan una armadura hecha con “el metal de las estrellas”, un imaginario tipo de metal súper resistente que viene de meteoritas (en femenino, porque son rocas). Curiosamente, muchas de las meteoritas que se han encontrado y que se estudian, provienen vienen de zonas polares y desérticas.

Por ejemplo, en 2020, en el desierto del Sáhara se encontró la meteorita más antigua que se conoce hasta el momento, con una edad estimada de 4,500 millones de años de edad, según explica una nota de El País, sería casi tan vieja como la formación misma del sistema solar. Otro desierto famoso por sus meteoritas es el de Atacama, en Chile. Como es profundamente seco y hay muy poca lluvia, estas rocas siderales caen se mantienen en excelentes condiciones y pueden ser estudiadas por la comunidad científica para entender procesos cómo la formación del sistema solar. Los desiertos mexicanos también son fuente de meteoritas: las enormes rocas que están en la entrada del Palacio de Minería fueron trasladadas desde el desierto de Chihuahua hasta la CDMX, en 1892.

Si creemos que los desiertos son un lugar yermo, sin vida ni interés, estamos muy errados. Además de las meteoritas, las zonas desérticas concentran una enorme diversidad de plantas, animales y forma de vida microscópicas, las cuales tienen se han adaptado a condiciones adversas de vida, lo que las hace sumamente interesantes para estudiar.

Otra muestra de la importancia de los desiertos es la cantidad de fósiles que se han encontrado en ellos: en el desierto de Gobi (China) se encontraron los primeros huevos de dinosaurio; en el desierto La Tatacoa (Colombia) se descubrieron fósiles de tortugas del tamaño de un auto compacto (3.5 metros de longitud); en la Reserva de la Biosfera de Tehuacán-Cuicatlán (Puebla, México) hay huellas de dinosaurios que caminaron hace millones de años y en el desierto de Chihuahua se han encontrado esqueletos de Albertosaurios, Kritosaurus, Agujaceratops, Saurornnitholestes, mastodontes, animales marinos como amonites y un largo etcétera. El desierto occidental de Egipto tiene uno de los lugares del mundo con más fósiles de ballenas primitivas (el “Wadi al-Hitan”).

Para cerrar esta columna, basta decir que las vértebras analizadas de Perucetus colossus, la ballenota que mencioné al inicio de este texto, fueron encontradas en Perú, en la zona de Samaca, precisamente en un desierto, en el desierto de Ica.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante

Foca nadando en el agua

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Imágenes del artículo publicado en Nature

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