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Tu nombre antecederá a la muerte

Agustín B. Ávila Casanueva*

Caín es un nombre extraño. Es muy conocido, a pocas personas le sonará raro, sin embargo, he logrado vivir 38 años sin conocer a nadie con este apelativo. Ni un perro, vaya. Porque, finalmente, nombrar a tu hijo o mascota en honor a un fratricida suena a una premonición que espanta hasta al más ateo de los escépticos. Uno pensaría que esta buena costumbre del sentido común se extiende a otras catástrofes de la vida, como plagas o enfermedades.

Un ejemplo de esto es el Virus Sin Nombre, el cual es un nombre real de un virus real. En 1993, varios habitantes de la región de Las Cuatro Esquinas, en Estados Unidos —un lugar donde convergen las fronteras de los estados de Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona— empezaron a enfermarse a causa de un hantavirus desconocido. Los síntomas eran parecidos a los de una gripa intensa —fiebre, diarrea, dolor muscular, vómito—, y en una semana podían evolucionar a una falla respiratoria o cardiaca, llegando a provocar la muerte. En pocos meses, un poco más de cuarenta personas fallecieron.

Cuando se estudió el virus causante de esta enfermedad, los análisis de ADN revelaron que era un virus desconocido hasta el momento. Así que el grupo de investigación decidió seguir la convención de la época y nombrar al virus según la región de donde se había aislado. Así que se dio a conocer como el Virus de Cañón del Muerto. Esto generó dos problemas: uno, en la zona no había ningún Cañón del Muerto, sino un Cañón de la Muerte, dentro de una reserva de los Navajo, así que el nombre no era del todo preciso. Y el segundo problema, es que el Consejo de la Nación Navajo se opuso —con una votación de cincuenta y dos a cero—, a que se utilizara el nombre de la localidad para nombrar a un virus que había matado a muchos de sus habitantes.

El grupo de investigación propuso entonces mantener la toponimia, pero haciéndola más general: el Virus de las Cuatro Esquinas. Y los pobladores del área también se opusieron al nombre, porque no querían que se les relacionara con un virus mortal. Las y los científicos, en una franca derrota propusieron entonces el nombre, así en español, de Virus Sin Nombre. Nadie pudo venir a reclamarlo como suyo, y perduró.

Así, estas comunidades muestran una sabiduría que esperaríamos prevaleciera a lo largo de distintas agrupaciones sociales. Si es terrible y mata gente, mejor no le pongamos nuestro nombre, ni el de nadie. Suena sencillo y fácil de comprender. Y luego llega el honor y reconocimiento académico a tropezarse con cualquier rastro de sentido común. Exploremos.

En 1855, el médico Thomas Addison encontró un desorden endócrino que no se había descrito hasta el momento, lo nombró: melasma suprarrenal. Sin embargo, el desorden —que implica una falla de la glándula suprarrenal, que conlleva debilitación general, pérdida de peso, trastornos perceptivos, entre otros malestares—, casi nunca se nombra de esta manera. Se le conoce como Enfermedad de Addison. Si bien en la actualidad esta enfermedad no implica necesariamente un riesgo claro a la salud, en tiempos de Addison sí había un cierto número de pacientes que fallecían a causa de la falla endócrina. Así que los colegas de Addison le dijeron algo parecido a: “¡Ey! Encontraste una enfermedad con potencial letal ¡Felicidades! El asesino llevará tu nombre a manera de reconocimiento”. Addison no podía negarse ante tal honor. Y no fue el único.

En 1909 Carlos Chagas analizó la sangre de una niña de dos años que sufría de fiebre, y tenía el hígado y el bazo hinchados. Tal vez Chagas temía que se le asociara a esta enfermedad, y curándose en salud, nombró al polizón que encontró navegando en las venas de la niña, Trypanosoma cruzii, en honor a su profesor, Oswaldo Cruz. En los siguientes años, Chagas publicó dos artículos describiendo la enfermedad, al organismo que la causaba, y al insecto que la transmitía. En reconocimiento a estos estudios, la enfermedad letal se empezó a conocer como enfermedad de Chagas. O incluso mal de Chagas. Como si todo el odio y maldad del médico se transmutaran en un protozoario asesino. De nuevo, todo un honor y reconocimiento.

Parece ser que en la academia uno puede llevar en el nombre el honor y la penitencia.

* Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

Chagas. El médico, no la enfermedad.

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