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La Jaula del Confort

Elsa Sanlara

¡Por los clavos de Cristo, déjenme en paz en mi dulce zona de confort!

Es lo primero que me viene a la mente cada vez que uno de esos falsos influencers asoma la cabeza y me exhorta a «salir de mi zona de confort», mientras aseguran, con aire triunfante, que, si ellos pudieron, yo también puedo. ¡Qué harta me tienen!

Desprenderse de la abrazadora seguridad de esta zona de confort, tan prostituida por discursos motivacionales, es una tarea a la que todos nos vemos encomendados tarde o temprano.

El escritor Henry D. Thoreau afirmó en su momento que la mayoría de las personas llevan vidas de desesperación silenciosa. La mayoría de nosotros estamos encadenados en prisiones de creación propia, reacios a probar cosas nuevas, correr riesgos, terminar relaciones tóxicas, experimentar formas nuevas de hacer las cosas, seguir un nuevo camino y buscar la gran victoria. Sin embargo, no atrevernos a salir de nuestras cárceles mentales no significa que no lo deseemos. La pasión por esos sueños sigue bullendo en nuestro interior.

Thoreau tenía sobrados motivos para pronunciar esas palabras. En su obra magistral, «Walden», narra su odisea de autosuficiencia en una cabaña en Massachusetts durante dos años. Sí, definitivamente desafiar los crudos inviernos del noreste estadounidense no es «baba de perico»; se necesitan agallas de acero y tenerlos muy bien puestos para sobrevivir y persistir en ese clima extremo.

Todos llevamos un sueño en el pecho, cerquita del corazón. Tal vez no lo andemos pregonando por ahí, pero todos tenemos esa vocecita interior cuchicheándonos día tras día, animándonos a seguir soñando a lo grande.

Si hubiera recibido un dólar cada vez que algún amigo, familiar o colega me confesó sus anhelos de iniciar un negocio propio, explorar un nuevo campo laboral, recorrer el mundo o aprender inglés, sería millonaria.

Cada uno de nosotros enfrenta circunstancias, miedos y limitaciones. Pero, alerta de spoiler: la vida nos coloca tarde o temprano ante una encrucijada y nos empuja a comenzar a perseguir nuestros sueños justo donde nos encontramos, en el momento menos esperado.

Las excusas nos sobran a todos, pero, como solía expresar el novelista Ray Bradbury: «A veces, simplemente tienes que saltar por la ventana y dejar que las alas crezcan en el camino hacia abajo». ¡Amén a eso!

Sin lugar a duda, lo familiar y seguro se convierten en obstáculos para lo grandioso. Siempre hay «peros» para embarcarse en un viaje en solitario, explorar nuevos terrenos laborales o dejar tu trabajo y dedicarte a eso que siempre has querido hacer. Y ni hablar de los sacrificios financieros necesarios para emprender un negocio en medio de esta crisis financiera. El tiempo no espera por nadie y para tener recompensas, la vida siempre exige un esfuerzo titánico.

A título personal, siempre tuve terror a quedarme sin empleo. La independencia económica es vital para mi equilibrio mental, mi naturaleza controladora y mi adicción desmedida por comprar zapatos. Entonces, a principios de año, sucedió. La empresa en la que me había dejado la piel trabajando durante muchos años me dijo “muchas gracias por participar, ya no te necesitamos”. No fue para nada sencillo. Fue un golpe doloroso, de hecho. Un temor avasallador a la incertidumbre me envolvió, y aunque sonreía resignada cuando alguien me decía que la vida me estaba dando la oportunidad de crecer y salir de mi zona de confort, en mi mente les dedicaba palabras poco amables a sus progenitoras.

Tras superar el impacto inicial y el luto por la pérdida de mi empleo, comprendí que había llegado el momento de explorar nuevos horizontes, sin permitir que el miedo a lo desconocido me inmovilizara. En ocasiones, nuestra zona de confort actúa como un ancla, impidiéndonos aventurarnos hacia lo desconocido y cumplir nuestro propósito en este mundo.

Por supuesto, el confort no es nocivo. De hecho, es esencial para evitar que el estrés nos haga papilla. Sin embargo, en el eterno duelo entre lo cómodo y lo excepcional, a menudo es necesario dar un paso adelante, amarrarse bien los calzones y aventurarse. Porque, al final, en ese proceso de crecimiento y exploración, forjamos nuestras alas, aquellas que nos llevaran a volar alto. Solo entonces podremos morir con la convicción de que luchamos por nuestros sueños y que nunca nos conformamos a ser prisioneros en la jaula del confort.

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