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Antonio Ponciano Díaz*

En pleno siglo XXI, especialmente los políticos que aspiran al poder construyen sus discursos pretendiendo engañar a sus seguidores con verdades absolutas o soluciones mágicas a la problemática económica, social o política. Con este choro mareador el cual les resulta altamente efectivo para obnubilar a sus seguidores porque estos anteponen sus preferencias, emociones y simpatías antes de someterlas al análisis y a la crítica.

En una sociedad democrática se acepta a la pluralidad de ideas como fundamentos intrínsecos de toda democracia, sin embargo, quien ostenta el poder tiene un halo de embrujo para hipnotizar a sus seguidores y confundirlos con medias verdades o mentiras, pero así es el poder en la sociedad mexicana. Todo lo que sale de la boca de quien ejerce el poder parecen ser verdades absolutas que no admiten ningún cuestionamiento o critica alguna. A quienes lo hacen le sigue una andanada de epítetos o descalificaciones. Pero, así es la política mexicana.

En el terreno de la ciencia se tiene claro que no hay verdades absolutas, una verdad científica deberá cumplir con un cierto rigor y deberá ser contrastada en cualquier lugar del mundo hasta que surja una nueva hipótesis que demuestre que ya no es sostenible.

En el caso de la democracia, así como la ciencia no se admiten las verdades absolutas, pero, el inquilino del Palacio Nacional se ha empeñado en defender que su opinión del acontecer de los hechos en nuestro país son la única verdad y, por tanto, para él y sus seguidores son verdades absolutas.

A los ciudadanos nos corresponde defender y debatir que en el contexto actual se debe refrendar la pluralidad y libertad de ideas, frente a cualquier intención de imponer una sola verdad o un pensamiento único.

Me parece que, ante la cercanía del inicio de la contienda por la Presidencia de la República, 128 senadores, 500 diputados federales, 9 gubernaturas, 31 congresos locales, 1580 ayuntamientos, 16 alcaldías y 24 juntas municipales; es oportuno insistir y recordar que la democracia mexicana también debe ser vista y analizada bajo una perspectiva científica y en proceso de evolución. La construcción democrática no es derecho de una sola persona o de un partido político ni de aquel que ostenta el poder bajo esta vía. La democracia es una obra colectiva y de varias generaciones de mexicanos, hombres y mujeres valientes y libres pensadores.

Bajo este contexto donde se pretende construir un pensamiento único desde el Palacio Nacional, vale la pena recordar al científico mexicano Antonio Lazcano quién nos advierte que: “Cuando la evaluación de la ciencia se ve interrumpida por un régimen autoritario o que no entiende la independencia de la capacidad crítica del pensamiento social, humanista y científico, las tragedias como lo hemos visto históricamente en donde se han destruido instituciones científicas, ocurren”.

A todos los ciudadanos nos corresponde observar y preservar nuestro orden Constitucional, el cual es, aún, el único espacio que nos queda para preservar la paz social. En ese marco de derecho constitucional y democrático, son vigentes nuestros derechos humanos, los derechos de asociación, reunión, tránsito y desde luego todos aquellos que son constitutivos de una democracia sustantiva. Porque bajo la división de poderes, de pesos y contrapesos, ante los dueños de la verdad absoluta, lo único que nos queda en estos momentos es el Poder Judicial, al cual le corresponderá verificar que las alecciones se realicen bien, con transparencia y democráticamente.

*Ex catedrático de la UAEM

 

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