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What if they’re right, what if we’re wrong

What if I’ve lured you here with a siren song?

Wolf Larsen

Hablemos del fuego al que se refiere Michel de Montaigne en su conocido ensayo sobre la amistad, esa llama deseante que surge entre un hombre y una mujer, debido a la cual es difícil que sean amigos realmente. Sin embargo, los griegos hablaron del ágape, mezcla de empatía, ternura, complicidad y compresión, una de las tres patas de la mesa de toda relación amorosa. Le creo más a los antiguos que al más clásico de los modernos. Si es difícil amar sin admirar, también es mentira que se pueda cavar muy hondo al interior de una persona sin ser amigos además de amantes. Tal vez la tolerancia sea una de las razones, a un amigo, diría Gianluca Grignani, “lo perdono, pero a ti te amo”, este cantante suicida confundió el amor con el deseo, igual que Montaigne.

Es Sofía Coppola, en Lost in translation, quien ofrece algunas claves de esa llama doble, azulina, que Octavio Paz describió. Una joven recién casada, muy infeliz, y un actor maduro venido a menos grabando comerciales de whisky en Tokio encarnan a la pareja que se divierte, se habla sin tapujos ni miedo de ser juzgados porque saben que no puede ocurrir nada “importante” entre ellos en los escasos días que pasan hospedados en un hotel de la capital japonesa. Es decir, aceptan que el amor no ocurrirá, como señaló Lacan que no es porque al lograrse o pensar que se concreta se desvanece en el acto, se esfuma como las magias más hechizantes, las que provienen de la nada.

Bob y Charlotte montan caballos de humo con plena conciencia de que no tienen porvenir, pero en el carrusel de esa aventura, mientras van volando como el Quijote a lomos de Clavileño, el potro de madera que lo lleva por las nubes, la joven y el actor descubren quiénes son sin las presiones de las alianzas (ambos están casados con otras personas) ni la obligación de mostrar su mejor rostro. Comienzan a quererse y ya, pues abrazan el aquí, el ahora de la posesión por pérdida. Es un intersticio de la emoción, una probabilidad que no hiere desde la levedad platónica de los amores imposibles o ni tanto porque imaginándolos crecen hasta que nos clavan su cuchillo. No obstante, si se interrumpen, si se dejan brotar como geranios o cipselas que trae e igual arranca el viento, perduran en la memoria donde alguno podría pasear más allá de la muerte.

Los verdaderos amores, al terminar, se convierten en fantasmas vivos. El duelo equivale a conseguir la metamorfosis de ese espectro en una fotografía que Facebook te recuerda sin dolor. Por eso da tanto miedo entregarse en condiciones de tiempo y espacio cotidianas. Es fácil dar el paso en medio de un viaje, una situación límite, un mal momento o uno muy feliz. Buscamos la embriaguez de la razón, por eso nos bebemos mirándonos, oyéndonos como quien escucha, efectivamente, un discurso emancipador o balsámico en la lluvia.

Bob y Charlotte se entienden y consuelan acompañándose en un país con un idioma incomprensible, metáfora de la condición de extranjería de quien no sabe qué puede o quiere esperar de la vida y del otro, el que está cansado de los bucles y los oscuros cantos de sirena; el que se ha lanzado tantas veces al mar como al amor. Por eso le va mostrando a una Scarlett Johanson de abrigo rosa y sombrilla transparente que se puede estar perdido, que muchas veces nos palpamos solos, desencantados, pero ocasionalmente, aunque sea por tres días, aparece alguien como el fotógrafo de National Geographic de Los puentes de Madison y todo el tedio al que se sobrevive hasta la muerte, posee algún sentido.

Para entenderlo se requiere de la apertura que otorga la confianza. Durante la pandemia muchas parejas se separaron y otras volvieron a unirse porque tuvieron tiempo de reencontrarse, de volver a olerse a sin prisas, de mirarse con cuidado, de abrazar cada defecto, de reconocer de nuevo todas, cada de una de las cicatrices internas y externas, de besarlas, por si acaso. Tiempo de Eclesiastés, bíblico y apocalíptico que entregó a los solitarios un sextante para elegir en el futuro, si es que conseguían salir del confinamiento con la razón intacta y el cuerpo sano, la pregunta: ¿con quién me gustaría pasar la próxima pandemia?

Independientemente de la lista de cada uno, sería imposible estar sin conversar. Los amantes se tocan tanto hasta borrarse, por eso los amigos hablan hasta devolverse los contornos, hasta recuperar carne, hueso y psique. Te poseo, pero también te suelto para que elijas, si te parece, volver a ti mirando mi ventana.

*Escritora