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Tu infuencia en los demás

 

Yo nunca quise estudiar música. Aún así acabe haciéndolo, y a unos metros desde donde escribo ahora; Burdeos, Francia, un posgrado en composición me guiña los ojos en Berlín para el próximo año.

Total, que yo empecé a estudiar “formalmente” algo tarde, tenía 16 años. Para cuando entré a la escuela, yo ya sabía tocar, aprendí de manera-autodidacta y con el tutor por excelencia de la mayoría de los Milennials: Youtube.

En ese tiempo componía mucho sin tener una idea de teoría musical o armonía, seguía a mi oido y con eso bastaba. Tenía una banda de rock, hacíamos algunas presentaciones y me sentía más vivo que nunca. Pensé que ese era el camino a seguir, hasta que mi madre decidió ponerle a ese camino asfalto, una vereda y un rumbo. Ella siempre ha sabido encaminar mi rumbo. Gracias a Dios por ella.

Cuando hice mi primera audición para la escuela de música recuerdo algo que me voló por completo la cabeza. La maestra que me entrevistó se llamaba Andrea, era una canadiense que residía en México y enseñaba a todos sin importar su nivel -gracias a Dios por Andrea- ella me tomó el examen de solfeo, en el cual salí fatal. La prueba era sencilla Andrea tocaba una nota, y me pedía que la entonara, lo que quería decir que debía cantar el mismo sonido que emitía el piano. Simplemente no podía, es algo relativamente sencillo, pero mi oido no daba. Después me preguntó algo que nunca se me va a olvidar, me dijo: ¿tus papás cantan? y le contesté: sí, mi papá toca la guitarra y canta desde que tengo memoria. Sólo me respondió: Mmm interesante…creo que entendí lo que quería decir.

Cuando llegué a casa escuché a mi papá cantar, e inmediatamente le pedí que reprodujera cantando una nota que toqué en la guitarra para él. No pudo. Yo nunca me había dando cuenta que entonaba tan mal, había crecido con eso, y había aprendido a entonar de la misma manera, igual de desafinado que él. Eso pasa cuando creces y tu oido se adecua al ambiente sonoro que le proveen. No es culpa de nadie, quizá mis abuelos cantaban peor que él, y de igual manera mi papá creció con eso. Si yo quería tomarme la música en serio, debía romper ese hechizo generacional, así que tomé clases de canto, muchas de solfeo, y me esforcé, ahora puedo decir que no estoy ni cerca de ser un buen cantante, pero puedo entonar notas y mi oído me reprueba cada vez que lo hago mal.

La clave es darse cuenta, de la misma manera que las personas asisten al psicólogo para hacer consiente lo inconsciente, para saber por qué actúan de la manera en que lo hacen. O en mi caso era para saber ¿por qué diablos no puedo entonar una simple nota?


Todo ello me puso a pensar en el autocuidado, y la influencia que tiene este en los demás. Piénsalo por un momento. El autocuidado básico tiene que ver con aspectos esenciales de nuestro bienestar que muchas veces pasamos por alto, como dormir y comer bien o hacer actividad física. Pero también con nuestra actitud en el mundo, y en otros casos como con tu oficio y con tu responsabilidad y amor por lo que haces. Eso también se transmite. De hecho, nuestra capacidad de autocuidado está ligada también con las relaciones que tuvimos, y que tenemos a diario.

Hace un año toqué con un pianista increíble, el tipo estaba en otra dimensión musical, tocaba todo, era amable, divertido, carismático y, por si fuera poco, era siempre puntual y profesional, quizá nunca lo supo pero yo lo veía con mucha admiración, me enseñó mucho sin tener que explicarme nada, su actuar en el mundo era suficiente para mí. No hay manera de persuadir a que alguien cambie a menos que este convencido de ello, y para eso es necesario muchas veces un encuentro con otros mundos, con otras personas, o con Andrea que desenmascare tu pasado, o un doctor que te dé un diagnóstico fatal, de la misma manera que el fumador no cree que tenga un problema, hasta que un día el médico le dice que lo tiene y, usualmente, ya es demasiado tarde.

El problema es el tiempo, que es con todo lo que contamos. Cambiar a tiempo, darse cuenta a tiempo, ser mejores a tiempo o por lo menos intentarlo.

Nunca nos damos cuenta, pero nuestras acciones perduran más allá de nuestro perímetro, igual que el círculo de Borneo. Te explico qué es: el círculo de Borneo es un espacio que se respeta en las embarcaciones que están fondeadas, para evitar la colisión entre ellas. El viento mueve a los barcos, algo durante el día y bastante más durante la noche, entonces puede llegar a girar 180 grados, por lo que han de respetar ese círculo imaginario. Digamos que nuestras acciones giran en esos 180 grados, ya sea nuestro trabajo, nuestro canto, nuestra simpatía y empatía por los demás, etc. Y hasta ahí todo bien, pero a menudo barcas pequeñas o personas se nos acercan y es entonces que rondan durante este círculo, no hay manera en que no salgan afectadas nuestro cuidado, nuestra persona, va a repercutir en ellas, como ellas en nosotros. Si bien mi padre no es el mejor cantante, tiene otras increíbles cualidades de las cuales también me ha pasado estafeta, al igual que mi madre con su abrazador cuidado por la vida.

Somos más que nuestra embarcación, y está bien recordar de vez en vez que a nuestro alrededor nuestras acciones giran 180 grados y a menudo dan con otra persona o barquito que se nos acerca.