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Soy Ekiwah Adler Beléndez. Me desplazo por el mundo desde una silla de ruedas. Cuento esta historia verídica no de manera punitiva sino porque en ocasiones el poeta, según Pablo Neruda, debe ser el cronista de su tiempo y su entorno: Presenté mi poesía en una Casa Hogar de Morelos. No diré su nombre, para conservar la discreción. Rodeado de tamarindos y huizaches, de mangos y de espinas, en medio del calor pude sentir otro calor: Un ambiente cálido y familiar, un cuidado hacia los niños y jóvenes que se podía sentir por la naturalidad con que unos jugaban con otros, más allá de la edad o el género. En ese paisaje, unos jóvenes con discapacidad intelectual juegan con otros jóvenes, niñas y niños sin ninguna discapacidad aparente. Conviven de manera muy natural y agradable. Esto puede ser problemático para los reglamentos rígidos del DIF. Para mí es un vivo ejemplo de una inclusión, pues ¿qué otra inclusión hay, sino la de intimar de manera genuina con otro, mas allá de las etiquetas y los diagnósticos?

Supe que en esa casa hogar dos personas con discapacidad intelectual se embarazaron. Varias propuestas aparecieron impulsadas por el DIF: dar al bebé en adopción, esterilizar a los jóvenes con discapacidad intelectual para que la situación no se repita. ¿El bebé y la madre forzosamente deben separarse solo porque no cumplen con criterios institucionales de una casa hogar? ¿dónde queda el derecho que tiene esa madre de recibir la asistencia necesaria para maternar a su bebé? ¿Y la voz del padre? ¿Cuáles son las consecuencias de separar tajantemente a una madre de un entorno que durante años ha sido familiar y amoroso? Es de notarse que en estas propuestas la última prioridad es que esa madre diga lo que quiere y necesita. Si bien no se a ciencia cierta en donde se encuentra, si su bebé, y ella viven juntos o separados, en condiciones dignas o no, puedo asegurar que tales preguntas, las preguntas incomodas y difíciles, siguen sobre la mesa y se extienden más allá de las particularidades de esta situación. Son preguntas que están presentes en otras casas hogares y en otras familias.

No es sorprendente que, a una cierta edad, más allá de la discapacidad surge el amor, el deseo, incluso la ilusión de tener hij@s. Lo sorprendente es lo mal preparados que estamos como sociedad para reconocer la sexualidad de personas con discapacidad intelectual o física. Es más “fácil” seguir tapando el sol con un dedo y pensar que somos ángeles no agitados por el deseo, la inquietud y el dolor, por la necesidad de tener una familia propia y un trabajo digno. Peor aún están los intentos de esterilizar a las personas con discapacidad en contra de su voluntad o consentimiento, como si fueran perros. Si bien aparecen muchos seres queridos y valientes que miran más allá de ese velo, ya es hora de que las instituciones se atrevan a abandonar sus reglas y suposiciones para mirarnos a los ojos como iguales.

No hay caminos ni respuestas fáciles, pero si queremos construir una sociedad mas inclusiva, el poder que cada persona tiene de decidir que vida quiere construir. O sea: el derecho de su capacidad jurídica, ya aprobada en México para personas con y sin discapacidad, debe estar al centro de nuestro horizonte. ¿Qué tiene que ver la poesía con esta búsqueda? Mejor responde la pregunta el poema de José Emílio Pacheco, “POEMA DE AMOR CON UNA LÍNEA DE HEMINGWAY (A Farewell to Arms, 7):

Yosoytú.

No

nos

separes

de

mí.

Las metáforas nos dan la posibilidad de reconocer en lo aparentemente ajeno un reflejo propio. En mis lecturas y talleres de poesía surgen historias como esta, no tanto de un “publico vulnerable” sino de la vulnerabilidad compartida de ser humano, de tener un cuerpo mortal, de gozar y sufrir a flor de piel sobre la tierra. Ese espejo, esa herencia particular y compartida es lo que la poesía nos revela y la empatía que surge de ese misterioso espacio se magnifica cuando se comparte y se celebra en voz alta. A través del ejercicio poético, de leer poemas propios y de otros referentes a la discapacidad entramos en un espacio de creación literaria, donde si bien no obtuvimos respuestas definitivas se abrió la convicción de escuchar una multiplicidad de voces desde la imaginación: la de una madre, la de un padre, la de una comunidad.