loader image

 

I. La zarabanda de los números

—¡Eh, viejo, algo de beber!

Ése al que llamaban tan autoritariamente “viejo” hundió las manos en una hielera de unicel, extrajo de entre los trozos de hielo una botella de una bebida gasificada, la destapó y la extendió deprisa hacia el hombre que acababa de bajar de la camioneta 4×4 azul marino, reluciente de nueva.

El enorme vehículo se había estacionado un minuto antes delante del ligablo[1] de Vieux “Viejo” Isemanga. Uno de los dos individuos que viajaban en la camioneta, el que ocupaba el lugar del copiloto, había escrutado desde lo alto de su asiento, durante varios largos segundos, los rostros de las personas arremolinadas alrededor del mobiliario que formaba el puesto: la hielera de unicel, un brasero donde se asaban algunas brochetas de carne y una mesita desnivelada sobre la cual se amontonaban objetos tan disímiles como cigarros sueltos, rastrillos desechables, hilo para coser, latas de sardinas y de corned beef, todo lo cual constituía en esencia el capital social de los “Establecimientos Isemanga”. Bajo la mirada del hombre, las conversaciones se habían silenciado. Todos habían reconocido, por el vehículo sin placas y el aspecto de los pasajeros, que eran militares vestidos de civil. En cuanto el hombre ordenó lo que quería y se puso a beber, los presentes se relajaron un poco y reanudaron la conversación, si bien modificada y en un tono exageradamente alegre.

El ligablo de Vieux Isemanga se ubicaba sobre la avenida De la Justice, en el opulento distrito de Gombe, en Kinshasa, en un predio que albergaba también los locales de una organización no gubernamental dedicada a todo y nada. Ahí, Vieux Isemanga fungía como velador, módulo de información y, adicionalmente, milusos. Para completar las quincenas, había montado este negocio, que atraía a una población variopinta compuesta por funcionarios del rumbo, transeúntes en busca de algo refrescante y automovilistas apurados. Al mediodía, como era ese preciso momento, las brochetas chisporroteaban sobre su cama de brasas e inundaban los alrededores con un aroma a especias que atraía a los clientes.

Este tipo de establecimiento comercial, el ligablo, era el modelo de negocio que sostenía por sí solo a decenas de miles de familias en toda la ciudad de Kinshasa. Su objeto social abarcaba mucho más que la función mercantil. Se trataba de un lugar de reunión donde se cruzaban, además de los fumadores de rigor, personas muy distintas. Incluso se formaban grupos de discusión y miniforos políticos. Era también el consultorio psicoanalítico por excelencia, y se podía recibir atención sin previa cita. Antes de la llegada de la camioneta 4×4 que se acababa de estacionar y de que fueran acallados los debates políticos, un padre de familia se quejaba de su incapacidad para frenar la tendencia despilfarradora de su joven segunda esposa. Y justo antes, una secretaria había consultado a sus interlocutores sobre cómo detener el acoso sexual del que era objeto por parte de su muy generoso jefe.

 1 Puesto callejero [nota del propio autor].

* Emiliano Becerril invitó a In Koli Jean Bofane a que nos compartiera un extracto de Matemáticas Congolesas, recientemente publicado en Elefanta Editorial.

Imagen que contiene texto

Descripción generada automáticamente