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En 1995 se publicaba dentro de la monumental colección Teatro Mexicano, Historia y Dramaturgia en la entonces Dirección de Publicaciones de Conaculta, mi libro Escenificaciones de la Independencia (1810-1821). También había sido el investigador asistente de los 10 tomos que se dedicaron a los escritores teatrales del siglo XIX y primera década del XX (que incluían al ya citado); todo bajo la tutela del gran investigador y teórico Armando Partida Tayzán. En justicia, esta colección la detonó en términos políticos el querido Héctor Azar si bien el diseño, selección final y diseño de la misma nos tocaría a nosotros (la morelense Silvia Peláez asistiendo siglo XVI al XVIII). Del volumen que, además, me tocó prologar sobre todo recuerdo tres piezas teatrales escritas entre 1810 y 1821 que son absolutamente extraordinarias, ejemplos que corresponden no sólo a modelos dramáticos en boga en la época (Neoclasicismo e Ilustración), sino también a necesidades discursivas apremiantes por el contexto de guerra: Las fazañas de Hidalgo, Quixote de nuevo cuño, hacedor de tuertos, etcétera, La loca independiente y su marido y Enfermedad ejecutiva de los escritores modernos de esta ciudad. Esta triada de obras corresponde a tres momentos distintos de la gesta.

Al estallar la guerra de Independencia en 1810, el teatro se vio afectado por el conflicto en más de un terreno. Por un lado, el Coliseo Nuevo de la Ciudad de México padeció el abandono del público que, temeroso y preocupado por los sucesos de armas, no volvió a “la comedia” sino en momentos en que convenía políticamente como, por ejemplo, en 1812 a la entrada triunfante de Calleja u otras ocasiones solemnes. Así, la vida de los teatristas de la época se vio atravesada por precariedades mil y estamos hablando tan sólo de aquellos que tenían un “lugar”, un reconocimiento en la sociedad novohispana y por tanto cabida en los espacios “oficiales”.

Siempre existieron, recorriendo la legua, cómicos de baja estofa y titiriteros que permanecieron a la sombra para no recibir los palos de las autoridades civiles o inquisitoriales, ganándose el sustento con representaciones populares. Por otro lado, cualquier interés político por el fomento del teatro cesó aunque no así la necesidad de su control por su natura peligrosa como difusor de ideas poco convenientes. A muy poco tiempo del grito de Dolores, semanas apenas, los escritores criollos y españoles se dieron a la tarea de difundir a través de versos, canciones, coplas, artículos y diálogos sus ideas en pro o en contra de la guerra insurgente. Los distintos Ramos del Archivo General de la Nación, y algunas otras bibliotecas, resguardan estas expresiones literarias que no pueden menos que sorprendernos. El investigador José Rivera publicó un volumen titulado Diálogos de la Independencia en el que reunía textos con esta característica escritural, sin identificar que muchos de ellos accedían a una calidad otra: la de la teatralidad. Estas pequeñas piezas correspondían estilísticamente y en su construcción al carácter de duelo argumentativo del neoclásico, muy acorde con el contenido proselitista y de propaganda que las habita.

Para el momento de la guerra de Independencia, la parte mayoritaria de la población era analfabeta, y llama la atención no sólo el rasgo de oralidad de las “producciones” dramáticas del momento, sino su calado y recuperación de un habla popular de la que no eran usuarias las clases media y acomodada de la sociedad novohispana. Resultaría muy difícil pensar estas producciones sin su correspondiente lectura “en voz alta” o escenificación ante sus destinatarios obvios: la indiada y los mestizos que podían sumarse, o ya lo habían hecho, a la guerra.

* Texto publicado hace algunos años en el diario Milenio y en la revista Artez de España.

** Investigador, periodista, dramaturgo y editor. Forma parte de la agrupación Mulato Teatro en Ticumán, Morelos.