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Una conciencia incapaz de estremecerse da lugar a un compromiso cosificado

 

Recientemente celebramos la graduación de los estudiantes pertenecientes a la generación número 101 de la Escuela de Salud Pública de México (ESPM), y este tipo de eventos abren, para todos los que estamos involucrados en este programa educativo de posgrado, un espacio de reflexión que hace posible dimensionar el significado de nuestro compromiso de invertir en capital humano dentro de la disciplina científica que es la salud pública. Por ello, quiero compartir con los lectores la sustancia del mensaje que dirigí en aquella ocasión a los recién graduados.

Inicié mi alocución retomando algunas palabras del filósofo surcoreano Byung-Chul Han quien, inspirado en las ideas del filósofo alemán Teodoro Adorno, afirma que “una conciencia incapaz de estremecerse es una conciencia cosificada”, es decir, deshumanizada. En mi interpretación, la única vía para mantener la energía de nuestra esencia como profesionales de la salud está en develar la alteridad “‘de lo existente en relación con lo acostumbrado’”. Es decir, “lo único que mantiene la vida con vida es ‘estar impresionado por lo otro’”. De lo contrario, la evidencia se quedará “apresada en el infierno de lo igual”.

El hecho de haber obtenido un grado académico en el área de la salud pública también representa una oportunidad ideal para meditar acerca del enorme compromiso social que todas y todos los egresados deben asumir a partir de este momento, porque han adquirido diversas competencias relacionadas con esa disciplina científica, competencias que tendrán que renovar, aplicar y transformar permanentemente.

Pero ellas y ellos no deben dejar de lado que el grado académico que obtuvieron será el vector que transmitirá a cada nueva generación curiosidad, pasión y compromiso para re imaginar el futuro, ampliar los límites de las posibilidades humanas y lograr un mundo social más justo. Tengo la certeza de que la ESPM los ha sensibilizado sobre el deber, no sólo en términos de contribuir a mejorar la salud de la población, sino también, muy importante, en términos del compromiso social que nos corresponde asumir. Las y los graduados deben haber sido formados bajo la premisa de que no hay aplicación eficiente del conocimiento científico sin una comprensión cultural y de los determinantes sociales de la salud; las herramientas metodológicas que han adquirido son de poca utilidad si no se aplica, en la práctica, una perspectiva humanista.

Debemos tener la certeza de que, en nuestro entorno, existen enormes diferencias en el campo de la salud que no sólo son innecesarias y evitables, sino totalmente injustas. Esto es, las inequidades en salud se relacionan con otras desigualdades presentes en numerosas dimensiones como las del ingreso económico, el acceso a la educación, las diferencias sociales derivadas del entorno geográfico, la edad, el origen étnico y, por supuesto, las derivadas del género; las y los egresados deben estar ciertos de que estos factores influyen en los resultados que pueden obtenerse en materia de salud. De lo que estamos hablando es de que no existe equidad en salud, sin justicia social y económica.

Por esta razón en el Instituto Nacional de Salud Pública, a partir de la Escuela de Salud Pública de México, hemos realizado una reestructuración de nuestros programas académicos, para que todas y todos nuestros estudiantes, sin excepción, tengan las competencias requeridas para abordar las necesidades de salud de las poblaciones que experimentan grandes desigualdades; asimismo, para que tengan una perspectiva laboral que les permita combinar los estándares científicos y sus contextos socioculturales.

Estamos transformando la perspectiva de la educación en salud pública. Nuestros programas académicos deben responder al nuevo perfil de los profesionales de la salud en México y la región. Debemos formar a verdaderos líderes, pero con la singular característica de que sean compasivos y de que puedan comprender las necesidades de su entorno; el propósito es que tengan la capacidad de colaborar con las comunidades y facilitar acciones que eliminen las disparidades de salud y promuevan la justicia social, practicando la salud pública con audacia y solidaridad.

Parafraseando al Dr. Ignacio Chávez, para que las y los egresados puedan trascender en su actividad específica, sólo existe una fórmula de éxito: es aquélla hecha de trabajo obstinado, de fe que no admite desaliento y, sobre todo, de pasión generosa que ignora la mezquindad humana. La trascendencia académica y científica no llega como un simple regalo de la vida ni como una sorpresa. No es algo que se entrega, sino que se conquista; es premio que no se brinda sino que se merece.

* Especialista en salud pública.