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¿QUÉ QUEREMOS, SEGURIDAD O DEMOCRACIA?

 

A 55 años de distancia de aquel fatídico 2 de octubre de 1968 que el día de hoy conmemoramos, siguen sin resolverse en la práctica asuntos de suma relevancia para la vida de nuestras sociedades, como, por ejemplo, la necesidad de vivir en libertad y a la vez con seguridad.

El descontento social que originó el movimiento del 68 en México tuvo causas internas y externas, de estructura social y de coyuntura, que pueden resumirse en el deseo de vivir en una sociedad no autoritaria, sin violencia, y en la que pudiera haber una mayor participación social.

En la actualidad, es evidente que cada vez es más difícil atender en México y en el mundo, asuntos centrales como impulsar la economía real, fortalecer la convivencia humana, brindar seguridad en todos sus sentidos, y consolidar la gobernabilidad. Todo intento actual de solucionar estos problemas se enfrenta a un falso dilema, en el que hay que elegir un bien personal/colectivo, sacrificando otro.

El desencuentro entre la narrativa oficial del Occidente democrático que proclama la necesidad de la libertad en toda su gama de expresiones, y lo que sucede en la realidad, crea gran confusión y desconcierto entre la población. Se habla de libertad, pero al mismo tiempo se instrumentan cada vez más mecanismos que impiden su ejercicio, sea este en el ámbito comercial, en el de la libre expresión y derecho a la información, o en el de la libre y confiable circulación territorial. El ansia de poder distorsiona ideas, valores y a la realidad misma, vía la posverdad.

El desbordado amor al dinero y a lo que presumiblemente se logra con él, se ha convertido en la pauta deseable de la conducta colectiva en las sociedades modernas mal llamadas de “libre mercado”. Los medios de comunicación convencionales e internéticos son los mejores socios de la sociedad de consumo, a los que se suman los aparatos de justicia de los países, lo cuales están más interesados en defender los intereses del capital, que los de las personas.

La primacía del dinero, sobre el valor y la dignidad de las personas, ha contaminado el sentido real de la libertad y ha provocado el surgimiento de instancias de poder que son paralelas y superiores a los poderes formales de los gobiernos llamados democráticos. Esos poderes fácticos, en gran medida operadores de las múltiples caras del crimen organizado, se han convertido en generadores de violencia, inseguridad y miedo colectivo. El cuadro se agrava, cuando se entiende que el crimen organizado permea y utiliza las instituciones y organizaciones de países considerados democráticos, en los cuales la economía y la política están normadas por esas incontinentes instancias de poder.

Cuando se quiere atacar este problema de dimensión internacional, es cuando surge ese falso dilema, entre elegir vivir con restricciones y controles sociales de diversa índole, pero con seguridad, o bien, vivir en libertad, pero asumiendo el riesgo cotidiano de que las personas pierdan su vida, su tranquilidad, y sus bienes. La trampa de quienes formulan este dilema es el intento de impedir la reflexión y debate a fondo sobre las causas humanas, materiales y estructurales de la inseguridad y de la violencia.

Por ello, se puede afirmar que los reclamos del movimiento del 68 siguen vigentes, aunque con expresiones, alcances y énfasis distintos. Se vive en un autoritarismo velado, disfrazado de estímulo a inocuas formas de participación social, lo cual permite que los poderes fácticos sigan intocables, mientras que la sociedad se entretiene con fuegos fatuos.

En efecto, el control social del pensar, del hacer y del desear de las personas se está haciendo posible por el avance de la tecnología, por la omnímoda publicidad de bienes y servicios de consumo innecesario, por la promoción y difusión generalizada de contenidos culturalmente viciados y sesgados, y por la renuncia y sabotaje a cualquier intento de deliberación colectiva sobre las prioridades sociales y la forma de atenderlas. Por si fuera poco, el control también se ejerce, cuando los medios de comunicación convierten todo el acontecer humano en espectáculo, por la sumisión al crédito fácil y a la deuda impagable, y por el miedo a todo lo que no es igual a uno.

Algo nada bueno ha estado pasando de tiempo atrás, en las formas de convivencia humana, que nos ha llevado a ver como normal, lo que no lo es. No es normal que creamos que vivimos en “democracia”, cuando no tenemos control de las decisiones que realmente marcan la vida de la sociedad en su conjunto; tampoco es normal que creamos que vivimos en “libertad”, cuando la mayoría de la gente no tiene las condiciones para hacer lo que desea. No es normal que, viviendo en cárceles mentales y culturales, creamos que podemos construir mundos deseables.

La pregunta que en la práctica se nos plantea sobre, si queremos seguridad o queremos democracia, sabiendo que la mayoría de la gente elegimos la seguridad, está formulada de manera tramposa, por quienes dicen ofrecernos la posibilidad de seguir viviendo, a cambio de renunciar a nuestra propia dignidad personal, y someternos a las formas de vivir que ellos decidan. Entendamos que la alternativa está en que pensemos nuevas formas de organizarnos como sociedad, cuestionando premisas y supuestos sobre los que se han construido la economía y la política actual.

El 2 de octubre no se olvida, ni tampoco su anhelo de auténtica libertad y de democracia real.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.