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El remolque de un bote se está oxidando sobre la hierba. Hay cuatro contenedores de basura frente a unas viviendas, mientras que al otro lado se eleva una fábrica abandonada de conservas de pescado. Sólo se ve una nube en el cielo, flota parsimoniosamente. Languidezco bajo el sol tórrido. Y luego escucho a esos dos. Sé que los conozco. Mi memoria es buena, pero habita en el viento. Ahora se han sentado a la sombra.

Tengo un buen oído, por lo que a veces puedo oírme a mí mismo entre las hojas. Cuando de repente me doy la vuelta, también escucho sin pretenderlo los sonidos que quedan a mis espaldas. Al moverme, cuando tomo velocidad, también me pueden confundir esos mismos sonidos, esas voces que llevo conmigo, que me tienen agarrado como si fueran unos cardos. Pero la canícula vibra sin mi respiración y los escucho con claridad.

Ahora me he acordado de quiénes eran: un verano alimentaron a una camada hambrienta, creo que fue el anterior. Están buscando a quienes habían dado de comer. Parece que encontraron otra cosa. Conversan acerca del hallazgo:

“Parece antigua”, dice ella en voz baja.

“¿Tú crees?”, dice él.

Me acerqué y me quedé mirando. Era como si conociera esa moneda, pero mis recuerdos eran muy vagos. Ella la había encontrado detrás del muro, allí, entre la maleza, junto a una silla rota.

Algo me parecía que brillaba. Un barco entero, descompuesto desde hacía mucho tiempo, había emergido desde las profundidades.

Conforme más se iba acercando el final, mejor me acordaba de los comienzos.

Habló de un veneno, uno suave, y del día que había elegido.

Echó agua en el vino y dijo: “No sé por qué, Kalias, ahora me estoy acordando de cuando dejé a El. ¿Te he hablado de eso?”

“No”, dijo Kalias.

Arion repetía las mismas historias, y dentro de esas mismas historias volvía a repetir lo que ya había contado. Siempre hacía lo mismo con Kalias, así que a este ya no le importunaban.

Se sentaron en la orilla del mar, en medio de la cala, frente a la salida de la bahía; a su izquierda, en la ladera, se levantaba la ciudad.

“Sí, una vez abandoné a El”, dijo Arion. “Eso fue al principio, cuando vi que me estaba acostumbrando a él. Y yo no quería acostumbrarme.

“Fue cuando estaba terminando mi propia guerra.

“Entonces concluí que no sabía adónde volver. Durante mucho tiempo, esa pregunta ni siquiera se me había pasado por la cabeza, pero luego sí que surgió: ¿dónde se encontraba mi hogar?

* Emiliano Becerril comparte un extracto de un libro pronto a publicarse en Elefanta: Un barco para Issa (Un gato al final del mundo).

Imagen Guía Repsol