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SOBERANÍA ALIMENTARIA O SUICIDIO COLECTIVO

 

En el año de 1979, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), acordó que el 16 de octubre se conmemorara el Día Mundial de la Alimentación: “Su objetivo es dar a conocer los problemas relacionados con el hambre, así como sensibilizar a todos los pueblos del mundo para fortalecer la solidaridad, contra la desnutrición y contra los problemas asociados”.

Hablar de alimentación es hablar de la vida, por lo que la suficiencia y calidad de los alimentos para los habitantes de cualquier país del mundo, al igual que el acceso al agua potable, es de máxima prioridad y un derecho humano vital. Por esa razón, el tema de la suficiencia y soberanía alimentaria debía ser el eje central de todas las políticas gubernamentales. Hay que aceptar, sin embargo, que para muchas naciones la exigibilidad y el ejercicio real de ese derecho es un anhelo incumplido y prácticamente imposible.

Hablar de soberanía alimentaria, es hablar de la producción de diversos tipos de alimentos y de utilizar diversas formas de producción, distribución y consumo que aseguren a toda la población una alimentación segura, nutritiva, que fortalezca la calidad de vida de los pequeños y medianos productores, así como la sostenibilidad ambiental, y la cultura propia de las comunidades. La soberanía alimentaria, así vista, es un lujo, cuando aún existen en muchos lugares del planeta seres humanos, que simple y llanamente, padecen hambre.

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés), la organización más grande de ayuda humanitaria del mundo afirma que existen condiciones para que todo el planeta pueda ser alimentado, sin embargo, el hambre persiste en muchos lugares del mundo.

El mismo WFP estima que “en los 79 países donde trabaja (y donde hay datos disponibles), más de 345 millones de personas enfrentan altos niveles de inseguridad alimentaria en 2023. Eso es más del doble que lo registrado en 2020. Esto constituye un aumento asombroso de 200 millones de personas en comparación con los niveles anteriores a la pandemia de la COVID-19”. A su vez, la representante de la FAO) en México, Lina Pohl Alfaro, indicó que hay 60 millones de personas con hambre en América Latina y el Caribe, aunado a que es la región más cara del mundo para alimentarse de manera saludable.

Estamos hablando de hambre cruda y dura, y no de la desnutrición, como resultado de hábitos de consumo perjudiciales de líquidos y sólidos, que son disfrute para algunos, y necesidad para quienes simplemente los adquieren para “matar el hambre”.

Frente a estos hechos, uno se pregunta el porqué de esta situación absurda, al igual que la irracional existencia de las guerras, en pleno siglo 21. Las causas de ello son variadas y operan en simultaneidad: los conflictos bélicos siguen siendo la principal causa del hambre, ya que el 70% de las personas hambrientas del mundo viven en áreas azotadas por la guerra y la violencia. Se suma a ello, la crisis climática que destruye cultivos y medios de subsistencia, el incremento de los precios de los fertilizantes que han subido más rápido que los precios de los alimentos, así como las migraciones masivas derivadas de todo lo anterior.

Creo, sin embargo, que la principal razón es el egoísmo y la insensibilidad humana frente al sufrimiento de los demás, y la ceguera de quienes operan los mecanismos mundiales de producción y distribución de alimentos con el sólo propósito de optimizar ganancias, sin importar los costos humanos y ecológicos de sus decisiones. Claro ejemplo de ello es el monopolio de empresas globales que controlan la producción de semillas, como Bayer Crop Science, Dow AgroSciences, Monsanto, Pioneer Dupont y Syngenta Cargill, así como las diez grandes corporaciones que tienen el control de los alimentos procesados y enlatados, como, por ejemplo, Kellog’s, Danone, Mars y Associated British Foods. No hay “voluntad política” mundial para atender de raíz este problema, y menos ahora que los alimentos se utilizan como arma de guerra. El bienestar de la humanidad no puede estar sujeto a lo que sucede en el mercado de futuros de Chicago.

En el caso mexicano, las actuales autoridades de agricultura y desarrollo Rural, señalan que, pese al contexto internacional adverso, por cuarto año consecutivo, la producción agropecuaria, pesquera y acuícola del país registró en 2022 un crecimiento sostenido. Se produjo en el año 2022 pasado 297.6 millones de toneladas de alimentos y para este 2023 continuará la tendencia al alza, ya que se prevé un volumen de producción superior a las 301.3 millones de toneladas.

Habría que evaluar en detalle lo que estas cifras significan para lograr la soberanía alimentaria, entendida como la autosuficiencia de alimentos de calidad para los mexicanos, antes que seguir apoyando la exportación irracional, como la del aguacate, o la producción de dañinos alimentos procesados. Por cierto, habría que sugerir que la cadena OXO, que por lo que comercia es la principal red impulsora de la desnutrición en México, se convierta en un punto de encuentro entre productores y consumidores a nivel local.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.