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Debería estar en casa hace unas semanas, quería celebrar mi cumpleaños con amigos, hasta me imaginé una fiesta para abrazar a las personas que quiero, ver a mi sobrina y darle una de esas muñecas de tela que le gustan, inventarnos una historia, pasar la tarde juntos mientras el sol cae, reír con mi hermana mientras me enseña unos de esos videos tontos que atesora para mí, pero las cosas se han complicado un poco. Ahora escribo desde la terraza de mi navío mientras observo a Mykonos de lejos, y el mar que besa sus playas como si fuera un beso de buenas noches.

Semanas atrás despidieron al pianista de la orquesta, una discusión de política mezclada con unos tragos que fue demasiado lejos, me lamenté por mi amigo, tuvo que hacer una audiencia para defenderse y escribió una carta, en la que mencionaba “entiendo que no debo hablar de política y de lo que pienso con gente que no es verdaderamente mi amigo” Cómo me dolió eso. ¿Qué nos queda por compartir cuando nuestras palabras son usadas en nuestra contra hasta desarmarnos, dejándonos en el chasis de las circunstancias? Cuando pasa un evento así casi siempre agarra a todos con la guardia baja y no queda más que poner el pecho y sacar la música adelante, me preguntaron si podía tocar al piano y cubrir su puesto. Mi primer impulso fue: NO, no soy pianista. Mi segundo impulso fue, si si puedo, es mi oportunidad de aprender un nuevo oficio. Cuando uno responde una oferta así, hay que ser lo más asertivo para no pasar como un completo fraude.

Así que mi respuesta tras premeditar fue: No soy pianista, puedo ayudar tocando lo mejor que pueda, aún así tengo muchas limitaciones. No quisiera tomar el trabajo de alguien más, pero puedo ayudar en lo que encuentran un nuevo pianista, si eso sirve, soy feliz de ayudar. La respuesta en contra a eso, fue gracias. Entendemos, con gusto queremos que te quedes en lo que encontramos a alguien. et voilà!.

Listo, la mañana siguiente 88 teclas 3 pedales y una caja de madera se convertirían en mi nuevo canvas, el mármol en el que depositaría mis manos y mi mejor disposición. Estoy incomodo, pero hace tiempo entendí que ese estado es el único terreno fértil para crecer, es la única manera de aprender, estirando el músculo.

Existe uno de esos signos que representan un valor y su contrario, como la palabra griega pharmakon, veneno y antídoto.

En la Grecia clásica entendían como pharmakon a esa idea imposible —cuando coexisten veneno y remedio. Su valor y su contrario. De igual manera, creo que lo que te asusta, te salva, en el veneno está la cura, el miedo esconde el valor que todos tenemos y que se entierra como un tesoro en la playa esperando. No podemos perder el valor porque la creatividad muere con ello.

No hay nada que perder, estoy aprendiendo todos los días y haciendo mi mejor esfuerzo, que se estalle el mar y que ojalá me revuelque una ola, para que esa sea la única manera de volver a levantarme, más fuerte.

Si de algo sirve esto y sin intenciones de aleccionar a nadie, te dirá y me lo diría más a mi como un recordatorio. Si puedes, todavía puedes, aprender un nuevo instrumento, dejar a esa persona que te lastima, inventarte una vida nueva, mudarte de casa. Si puedes, si puedes, todavía puedes. Escribo esto mientras escucho Fast Car de Tracy Chapman.

Starting from zero, got nothing to lose

Maybe we’ll make something

Me, myself, I got nothing to prove

Empieza de cero, no tienes nada que perder. Quizá hagamos algo, No tengo nada que probar.

You got a fast car

Is it fast enough so we can fly away?

Still gotta make a decision

Leave tonight, or live and die this way

Toma una decisión, vete esta noche o vive y muere de esta forma.

Si puedo, si puedes. Todavía podemos.