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I

Hay una autobiografía que ella teje, muy quitada de la pena, más bien encantada por las sensaciones capaces de evocar un pasado perdido en el tiempo, que la memoria vuelve presente eterno: “el olor a huachinango, el brillo de una escama rosa junto a los asientos de la lancha blanca, frágil.” Una niña de seis años, haciendo un recorrido con sus padres en Puerto Marqués, sorprendidos por un súbito oleaje que alarmó a los adultos, pero no a ella, que en ese trance “aprendió a quedarse quieta, calculando cuánto viento necesita una ola para manifestarse de ese modo.” Eso es literatura, la realidad es un torbellino que arrastra, diría algún o alguna aguafiestas,  como si no supieran que la literatura, precisamente, proviene de los torbellinos para construir otras realidades, sólidas y vivas, donde el arrojo y la duda, como bastiones, inviten a no detener el vuelo.

II

Hay una autobiografía que ella teje, atenta y con esmero, a través de la Biblioteca de Babel. Es el azar y la conciencia plena quienes dictan esta historia. Somos nuestras lecturas, esa sigilosacosmogonía, cartografías de todos nuestros sentidos, alfombras mágicas de la imaginación y los sueños. Sólo quienes se han atrevido a cruzar la frontera para decifrar en las letras la vida, con todos sus sabores, su arcoiris y su música, pueden experimentar el gozo, el júbilo, el placer, pero también el desencanto y la inmensa soledad ante lo implacable del destino humano. Los sinsabores y el nectar de la existencia, para decirlo en pocas palabras, se tejen y destejen en esa Biblioteca de Babel. 

III

Hay una autobiografía posible a través del ensayo, ese género literario que nació con una personalidad seria y rígida, asunto de facultades y academias, con incesantes citas a pie de página, profesoras y profesores mal encarados, dispuestos a cuestionar cualquier intento de arrojo. ¿Cuándo cambio esto? ¿Cuándo el ensayo se fue haciendo más hermano de la narrativa y la poesía? Carezco del rigor para dar una fecha precisa de cuando comenzó a suceder eso, pero no de la intuición para saber que la conducta de cronopios como Julio Cortázar decidieron que el pulso del ensayo tenía que ser el pulso del juego. Su libro Imagen de John Keats es un acto de provocación hacia los eruditos, un hermoso patio de recreos donde Julio y John conversan para dibujar un lienzo pleno de sabiduría, como en las mejores tertulias de hombres iluminados por la sencillez.

El ensayo es la práctica constante para perfeccionar algo, pero también para darle un sentido de libertad a lo imperfecto. Es una manera de experimentar, buscando el temple que se requiere para el acto final. Ensayar como los músicos que buscan amigarse con su arte, o como el alquimista que mezcla todo tipo de sustancias para crear pócimas milagrosas.

IV

Ella sabe subrayar la realidad, como subraya los libros, tendiendo una red que le ayuda a pescar su alimento. El caminar requiere de fluorescencia.

V

Ella tiene premoniciones, de esa sensibilidad desgrana su obra: “el mundo no es para quien ha nacido para conquistarlo, sino para quien sueña con poder irse de sí misma en un cuarto de azotea, una casa de interés social o un fraccionamiento venido a menos en una ciudad tomada por el narco.” 

VI

Imposible agotar en tan pocas líneas este archipielago de sensaciones que su escritura evoca. Ella y sus andanzas por las calles que hospedan su caminar, aquí o allá, Jojutla o Barcelona, Cuernavaca o Bogotá. Los laberintos de la Biblioteca de Babel. Galaxias que se entrecruzan, tejiendo una autobiografía que busca la complicidad de otras vidas.

VII

“Además, acabo de llegar por fin a la casa propia y ya me quiero ir. Tengo miedo de quedarme, pero tampoco sé permanecer en otro lugar, en otro país. No huyo, regreso, he inventado un limbo al que le salieron escamas y hongos en la piel. La pandemia me enmudeció. No fui valiente, sagaz, ni disciplinada. No quemé ninguna nave de veras porque le dije a mi sobrino que era una sirena y lo creí. Cruzo el mar por aire y el aire debajo de las aguas de mi llanto. Aprendí a ensayar sobre temas impensables, sobre algunos clichés. A veces no soporto el timbre de mi voz ni sus silencios. Me quedo inmóvil frente a una biblioteca improvisada. Sé recordar, tengo memoria asesina. Es suficiente con la recomendación de que no diga, no haga, no hiera, para responder en sentido contrario del decoro, la cortesía, la sensatez. Me leen el tarot muchas veces al año y les creo. Permito que esa superchería me guíe. Es absurdo, claro. Lo único que en realidad me importa es leer, es escribir. Soy mala haciendo amigos. Me cuesta confiar. Caigo de toda cuerda floja por la incertidumbre, por el miedo a no encontrar quien me cuide en un hospital, cuando muera mi madre, cuando cansada de otro cumpleaños sola, sin velitas ni pastel, sin amigas, sin esa sagrada neojerarquización de los vínculos que predico, pero no practico, deje entrar en mi vida a cualquiera. “Cualquiera” por lo regular es un vividor, un cretino, un canalla en busca de la luz que a mi pesar resiste porque no es mía, la debo a las demás, a las abuelas, las maestras, a los libros.”

*En cuanto a Resplandor de una nube con memoria, de Alma Karla Sandoval.

 Premio Dolores Castro 2023, en la categoría de ensayo.