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Poética de palmeras (Primera parte)

 

Durante ocho o nueve años una de mis perras Norwegian Elkhound, que bautizamos con el nombre de Flo, por las tardes invariablemente perseguía a una mariposa alrededor de una palmera. El ciclo de vida de las mariposas es de dos a seis semanas, así que no podía tratarse de la misma. ¿Esto quiere decir que un linaje de mariposas heredó esta manera de jugar con mi perra? ¿Cómo es posible que a lo largo de los años, a la misma hora, se convocaran un perro y un insecto alrededor de una palmera? He leído estudios en los que se asegura que las mariposas pueden recordar su vida como orugas. ¿Será que también pueden transmitir una tradición a sus descendientes? El juego era sencillo. La mariposa volaba alrededor de la palmera y Flo corría en círculos ladrando. Esto duraba media hora, hasta que la mariposa emprendía el vuelo y la perra regresaba sedienta a la terraza a saciar su sed. Esto ocurría normalmente a las seis o siete de la tarde, antes del anochecer, por lo que comenzó a formar parte de nuestro reloj, como una alarma que nos prepara para la culminación del día.

Cuando Flo murió, las mariposas dejaron de venir y poco tiempo después la palmera se secó. Mi hipótesis es que los tres seres (planta, mamífero y lepidoptera) estaban tan compenetrados que al faltar uno, el vínculo de la vida se transformó y ese pequeño playground (no encuentro mejor palabra en español para designarlo) dejó de existir.

De hecho, el mismo día que murió Flo, que fue un día terrible, después de llorar, acudí a la palmera. Esa tarde la mariposa acudió a su cita, pero Flo yacía ya debajo del jardín, cerca de los limoneros. Probablemente esa fue la última mariposa con la que la perra jugó. Lo cierto es que después se llenó de babosas y empezó su proceso de muerte.

Cuando la palmera se secó me di cuenta de que su tronco, no era un tronco ya que no era de madera. En realidad su tallo es un tejido de fibras largas. Al secarse, el tejido se pulveriza y se deshace, mientras que las hojas se caen. Lo más impresionante es que puede pasar mucho tiempo para que la palmera, ya defoliada, termine por caerse. A pesar de ya no estar viva se mantiene hueca, deshilachada y firme en el mismo lugar. Durante ese tiempo yo desarrollé la teoría de que era un monumento Finalmente, el jardinero la arrancó y la fibra la esparcimos alrededor de la tumba de Flo. En ultratumba, palmera y perra han formado otro ser, híbrido en su biología, feliz en su final reincorporación. Abono para nuevas posibilidades de vida.

Algunas veces, por las tardes, yo creía escuchar el ladrido particular de Flo. Su insistente gruñido alegre, que a veces me exasperaba, pero que siempre terminaba por divertirme. Desde mi habitación la imaginaba correr alrededor de la palmera persiguiendo el vuelo de la mariposa. La mayoría de las ocasiones no podía evitar asomarme para cerciorarme de que sólo era un recuerdo mío. Era como si en el jardín se hubieran grabado los sonidos de esa persecución y se reprodujeran a la misma hora, al caer el sol.

Escribo constantemente sobre las palmeras. Pero siempre había escrito sobre palmeras imaginarias. Son parte del paisaje de mi poética. A donde volteo están. Justo hace unos días empecé a pensar en esa palmera en particular y en la manera singular en cómo existía en mi jardín en comunión con todo lo que la rodeaba. Era sin duda alguna, una palmera única: una existencia irrepetible; y su recuerdo me revela que existe el gesto de la amistad y el sacrificio entre las especies.