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Stop Making Sense

 

Es casi inconcebible aceptar que los integrantes de Talking Heads apenas pueden tolerarse y que hasta la fecha, se rehúsan a tocar juntos, después de ver Stop Making Sense. El ya mítico concierto dirigido por Jonathan Demme (antes de The Silence of the Lambs y Philadelphia) que el próximo año cumple 40 años, es uno de los grandes recordatorios de lo que el cine, especialmente el montaje, puede lograr en términos de lo ilusorio. En la película vemos una banda -en conjunto- apoderarse de un escenario muerto para convertirlo en un espacio de juego, catarsis musical y comunión.

En pantalla podemos ver un concierto vibrante, irreverente, bajo una dinámica escénica que denota gozo, conexión entre los músicos y una coreografía cronometrada consumada que va desde la construcción del mismo escenario mientras avanzan las canciones, hasta la conformación total de la alineación de los músicos fichados para el Speaking in Tongues, el disco que se promocionaba realmente en dicha gira y que ha quedado un poco eclipsado, como al antecedente de esta gran pieza audiovisual que significa Stop Making Sense.

En realidad el concierto se filmó durante cuatro noches en el teatro The Hollywood Pantages. El montaje final se logró con material de las mejores tomas de cada noche, creando la ilusión de unidad. De hecho, uno de los días se designó completamente para tomas abiertas, con la intención de tener la menor cantidad de imágenes en pantalla de los camarógrafos. Otro de los elementos interesantes, tiene que ver con la poca aparición del público durante la película. Demme consideró en un inicio incluir más tomas del público como es tradicional en las películas de conciertos sin embargo, descubrió que filmar a la audiencia requería iluminación adicional. Así que, para el primer concierto colocó luces que ayudaban a fotografiar apropiadamente a la audiencia, pero notó que la iluminación inhibía su energía y bailaba menos. Frente a esta respuesta tibia del público la banda se sintió insegura y esa noche terminó siendo para ellos: «la peor actuación de Talking Heads en la historia de la carrera de la banda». Así que esa noche se abandonó la idea de registrar al público y en el corte final, sólo se pueden ver detalles de los asistentes en “Crosseyed and Painless”, la última canción del set.

Hace unos meses la productora y distribuidora de cine A24 adquirió los derechos mundiales de la película de concierto de Talking Heads y estrenó una restauración 4K del filme. Para anunciarlo, lanzaron un teaser en el que Byrne, con su ya reconocible cabellera blanca, visita una tintorería y entrega un recibo viejo para recoger una prenda que tiene bastante tiempo. Es por supuesto el mítico traje de grandes proporciones que viste en “Girlfriend Is Better”, de la que por cierto, de uno de sus versos, deriva el nombre del concierto (“As we get older and stop making sense”). A 40 años del estreno es imposible concebir la manera de filmar conciertos, de mostrar los gestos, la cercanía inaudita, la corporización del ritmo, la narrativa de un espectáculo que inicia con Byrne atravesando una sombra, acompañado de una grabadora y con guitarra en mano y que culmina con un ensamble de músicos funk, pantallas, luces, instrumentos y un baile frenético que atraviesa todo el escenario.

Uno de los momentos cumbres ocurre con la hipnótica y cursi “This Must Be The Place (Naive Melody)”, una canción con una letra encantadora y sencilla que se construye con la melodía de los sintetizadores. Años después el director de cine Paolo Sorrentino retomaría esta canción para dirigir una película homónima protagonizada por Sean Penn y Frances McDormand, en la que narra la vida de Cheyenne, una estrella de rock retirada que ha alcanzado la cincuentena y que vive retirado en Dublín desde hace dos décadas. El círculo se cierra cuando David Byrne hace un cameo en la película y el personaje de Sean Pean lo homenajea abiertamente: “Tienes pensamientos más imprevistos, ideas que conviertes en realidad y sorprendes a la gente con tus ideas. Y te llaman la cosa más extraordinaria, un artista y tienen razón”. Su influencia se extiende hasta nosotros en artistas como Sorrentino, pero también bandas como Arcade Fire, LCD Soundsystem, Sonic Youth o Gorilaz, no habrían existido sin ese chispazo de creatividad que brota de cada acorde y melodía de Stop Making Sense.