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Tuvimos en el pasado, adalides de la democracia, de la no reelección, de la lucha por la independencia, como de la liberación de los esclavos y de otras formas de dominación de unos por otros. En estos tiempos dominan las competencias entre líderes partidarios, candidatos a puestos de elección popular y presuntos “líderes de opinión”, empeñados asiduamente en demostrar capacidades de construir con descaro, mayúsculas mentiras y formas de agresión verbal, preparatorias de formas más violentas de someter a los contrincantes. Y todo eso en la impunidad flagrante.

En el ámbito familiar, comunitario y laboral, nos quedamos atónitos con los mensajes de odio en redes sociales, enviados por quienes se presumen católicos, cristianos, predicadores del amor. Pululan quienes, sin leer esos mensajes, se conforman con saber que el objetivo del texto o imagen es dañar al contrincante, y lo reenvían sin más, sin valorar su rol partícipe, culposo, copartícipe, del daño moral, colectivo y personal, que circula junto con tales mensajes. ¿Qué confianza pueden tener en los divulgadores de mentiras y ofensas, las demás personas que reciben tales mensajes? ¿Qué cara muestran? ¿Quién puede confiar en ellos?

Hoy se contratan, o bien desde la campaña de Fox a la presidencia, comunicólogos/mercadólogos a cargo de lanzar mensajes de odio y falsedades por todos los medios, para derribar al contrincante, ensalzando con inventadas historias a “su candidato/a”, a su contratante. Por cierto, tales “expertos en imagen”, se venden al mejor postor, de cualquier partido, al que pague más, al que esté dispuesto a mentir y ofender más.

Con esas formas de acción, personales y colectivas, estamos formando a infantes y jóvenes, en la violencia, verbal ahora, muy pronto física, naturalizando estos procesos de daño, normalizándolos, de modo que más de uno llega a creer que esa es la forma de hacer política, de hacerse ciudadanos y nada más alejado de tales procesos de construcción social de la democracia. Sí, están ocurriendo procesos formativos en las redes sociales, en los medios, que ensalzan el cinismo y dan foro a los cobardes, a quienes lanzan la piedra criminal, escondiendo la mano y la pluma.

Hoy, bandas criminales “regalan canastas de víveres” a damnificados, a plena luz del día, financian campañas electorales, escuelas, congregaciones religiosas. Se hacen pasar por “buenas” y benefactoras. Desde hace decenios han cooptado a jueces –que liberan a sus pistoleros–, a políticos, a militares, y ya reclaman u ocupan secretarías o presidencias municipales, gubernaturas, y despachan desde “empresas constructoras”, tras haberse hecho de las áreas de compras gubernamentales.

El ejemplo enseña, el mal ejemplo, impune, cunde, campea por todos los estratos, y saca de las escuelas a quienes, en necesidad, están urgidos de ingresos para sí y para sus familias. Si a eso le añadimos un contexto de “diversión”, al propinar golpes verbales y mediáticos a quienes difieren ideológica o políticamente del emisor de los mensajes, tenemos una combinación brutal que prende odios colectivos y nos resta sensiblemente posibilidades de hacer comunidad, en la diferencia.

Sí, debemos condenar, y es un deber cívico que no está de moda, todo acto de burla, daño, ofensa, material y simbólico, del contrincante. El denigrar, como el mentir, nos denigra, nos resta humanidad, nos lleva al salvajismo, que vuelve a estar en el campo de las posibilidades, en un futuro sombrío que se prepara desde la ignorancia.

 

Posible Entrecomillado

Con esas formas de acción, personales y colectivas, estamos formando a infantes y jóvenes, en la violencia, verbal ahora, muy pronto física, naturalizando estos procesos de daño, normalizándolos, de modo que más de uno llega a creer que esa es la forma de hacer política