loader image

 

Sobredosis de pasión

Hace unas semanas, una notificación invasiva de Facebook me recordó que tenía una “memoria» justo en ese día, pero 7 años atrás, que me recordaba el día que conocí a Linda. Y es que Facebook es así, entra sin avisar, sin tocar la puerta y teje con hebras de casualidad situaciones que hacen recordar de forma obligada lo que pasó hace años, con fotografías que quizás no quieres ver en ayunas y que no son justamente con lo que quieres comenzar tu día, pero este no era el caso.

Conocí a Linda en un parque estatal en Texas. Como cada fin de semana, me despertaba muy temprano para ir a tomar fotos del amanecer, persiguiendo esa hora mágica del día donde los primeros rayos del sol se asoman y lo iluminan todo de forma mística. Ese día decidí hacer las fotos a pie de un lago que estaba relativamente cerca de mi casa. De regreso a mi coche, me detuve curiosa para observar a un grupo de hombres reunidos, todos con más de siete décadas a cuestas, quienes estaban volando diminutos aeroplanos que construían ellos mismos con esmero. Parecía un patio de colegio, todos daban voces, se reían muy alto y soltaban improperios, pero a diferencia de niños corriendo de forma desquiciada, ellos se movían de forma muy lenta.

Linda hizo su entrada en escena minutos después de que yo ya había entablado conversación con los hombres y me habían invitado un poco de café que tenían ahí. Linda se unió al grupo, y en minutos, su presencia se volvió como un imán para mí. Llevaba un sombrero elegante para cubrirse del sol, un pañuelo de seda anudado con gracia al cuello, y un maquillaje de día perfecto y casi imperceptible. Su avión, el más diminuto de todos, resultó ser el más veloz y curioso de la hueste.

Me acerqué a ella, y empezamos a hablar. Le dije que tenía una vibra muy especial; en realidad, no era vibra, esa mujer irradiaba felicidad y sin duda le pregunté cuál era su secreto.

—Tengo 11 aviones, son como los zapatos, nunca se tienen demasiados — dijo sin pensarlo mucho. Era dueña de una empresa de informática que había construido con dinero y esfuerzo propio; le apasionaba su trabajo y estaba orgullosa de su pequeño imperio.

—¿Tienes hijos? —pregunté.

—No, es lo único que no tuve en la vida —. Dijo sonriente.

—¿Y eres feliz? — pregunté impertinente, sin pensar que eso era algo muy personal.

Me miró a los ojos y, sin dudarlo ni un segundo, respondió:

—¡Soy muy feliz! El hecho de no tener hijos no me ha hecho infeliz. Tengo muchas fuentes de felicidad en mi vida. Esto que estoy haciendo ahora mismo es mi felicidad, la satisfacción de saber que lo que he diseñado y creado con mis manos este pequeño aeroplano, que es una máquina perfecta que funciona y vuela alto; es algo único. Me hace sentir realizada y feliz. Quizá es lo mismo que sienten los padres cuando ven a sus hijos graduarse.

Sonreí. Y entonces agregó:

—Lo importante en la vida es encontrar ‘tu droga personal’, algo que te ponga high, y entonces te tienes que asegurar de ponerte “high high” tantas veces como puedas. Si dejas que la rutina te atrape, si dejas que el trabajo te atrape, si dejas que tus horarios te atrapen, entonces serás infeliz, vivirás infeliz y morirás infeliz. No importa si tienes un hijo, dos, ocho o ninguno. No importa si tienes dinero o no, no importa si eres joven o viejo. Si no te permites vivir tus pasiones, la vida es un sinsentido.

Ese día me marché con la promesa personal de encontrar mi droga y ponerme high por lo menos una vez a la semana. Me lo prometí a mí misma, como quien promete amor eterno delante de un altar.

Me tomó mucho tiempo abrir espacio en mi rutina para vivir mi pasión. Y esta semana, la vida me ha permitido no solo estar high sino que casi me da una sobredosis mientras presentaba mi libro «Reincidente» en la biblioteca pública de Jojutla, Morelos, con el apoyo incondicional del Ayuntamiento, arropada no solo por amigos y familiares, sino también por personas que aunque no me conocían, recibieron mi libro con los brazos abiertos.

No sé qué me depare el destino, pero sin duda quiero llegar a mis setenta irradiando felicidad y compartiéndola con otros que aún no saben lo absolutamente chingón que es vivir high high.