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Entre las cartas que la marquesa Calderón de la Barca -escocesa casada con el embajador plenipotenciario de España en México y que vivió en nuestro país durante algunos años en la primera mitad del siglo XIX- escribió sobre nuestro país y que luego formarían parte de su obra más célebre “La Vida en México” que, por cierto, se publicó en inglés, narraba una anécdota sobre el rey español Fernando VII quien, supuestamente poco después de la independencia mexicana le preguntó a un mexicano que se encontraba en la corte “¿qué cree usted que estén haciendo ahora los mexicanos?”

“echando cohetes, Su Majestad”, contestó el mexicano. El monarca formuló la misma pregunta por la tarde, también por la noche y la respuesta siempre fue igual: “lo mismo Su Majestad, siguen tirando cohetes”. Y seguimos igual.

De hecho, la pirotécnica fascina a los mexicanos desde la conquista. Dicen los que saben que los naturales de nuestro país se maravillaban al ver encapsulado al fuego, que consideraban una deidad, y que desde muy temprano adoptaron los fuegos artificiales como un elemento imprescindible para cualquier celebración que se preciara de serlo.

Sin embargo, cada vez es mayor la conciencia sobre la peligrosidad de los “cuetes”, que ya ocupan la segunda posición en cuanto a accidentes, según datos del Centro Nacional de Prevención de Desastres. Y pareciera que, en lugar de aprender a manejarlos, nos volvemos cada vez más descuidados, pues los accidentes con pirotecnia han aumentado notablemente entre 2003 (en el que se reportaron solo 13) y el 2021, con 84 percances.

Para acabarla, en el mes de diciembre la incidencia de accidentes se incrementa casi el 300 por ciento que en el resto del año. Y Morelos se ubica aproximadamente en el décimo lugar de las entidades que reportan muertes y heridos por los fuegos artificiales a nivel nacional. Para acabar con las estadísticas, vale la pena mencionar que los tres lugares más probables de sufrir un accidente son: en una fábrica clandestina de pirotecnia, en un domicilio particular y en una concentración masiva.

Pero no solo es la integridad física la que se pone en riesgo con el uso de los “cuetes”, pues tanto su fabricación como su uso representan un serio peligro para el ambiente y para la vida silvestre, pues usan nitratos, sulfatos, percloratos en fórmulas de sodio, cobre, estroncio, litio, antimonio, magnesio, aluminio y bario, de isótopos radiactivos. Neutralizantes, oxidantes y aglomerantes se mezclan en la pirotecnia, además del perclorato de sodio que da propulsión al cohete, los metales pesados que aportan el color y los aerosoles que producen la detonación.

El uso de fuegos artificiales durante las celebraciones genera concentraciones significativas de partículas suspendidas que pueden llegar a superar hasta 10 veces el rango permitido por las normas oficiales. Además, los estallidos pueden alcanzar hasta 190 decibeles cuando el límite aceptado para el oído humano es de 65. Las afectaciones a los animales, caseros o silvestres también son evidentes.

Así es que el uso de los cohetes a la menor provocación es otra cosa que podríamos comenzar a erradicar. Para empezar, hay que evitar su consumo y tomar las debidas precauciones si asistimos a una celebración en que se usen. Nunca estará de más llegar a viejos con todos los dedos y con el oído y los pulmones en la mejor condición que podamos y que nos lo permita la contaminación de todos los días. Disfrute sus fiestas y deje de tronar cuetes por favor; sus vecinos y sus mascotas se lo agradecerán.