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Alicia Tolentino Sanjuan

Misoginia es el odio a las mujeres. Y es una constante de nuestros días. Hemos interiorizado, a través del tiempo, las ideas y percepciones de que las vidas de las mujeres están siempre en riesgo. En constante probabilidad de ser apagadas de un instante a otro. Y con ese sentir, con esas ideas clavadas en lo más hondo de nuestras subjetividades vamos, literalmente, por la vida y por las calles en modo de alerta. Y no solo si de diversión se trata (para quienes dicen que nos lo buscamos bajo ese pretexto), sino cuando vamos al trabajo o debemos cubrir alguna otra necesidad apremiante que implique estar fuera de casa, a cualquier hora del día.

Es ya una costumbre estar enviando la ubicación del transporte en el que viajamos, y desde luego estar sumamente agradecidas por esas buenas personas, amistades que tienen a bien cuidarnos y llevarnos hasta las puertas de nuestros hogares. Después de décadas de feminismo, de protestas, de marchas, de exigencias, de construir los caminos para las generaciones que vienen; de incursionar en diversos ámbitos para tratar de hacer de nuestro país un lugar menos terrorífico, las mujeres en México seguimos siendo tratadas como menores de edad. O peor que eso: seguimos siendo odiadas. ¿Qué otra explicación tiene el hecho de que los gobiernos queden indiferentes hacia las matanzas de mujeres? Lo que sucede en nuestra sociedad es así de absurdo, como la actuación de los gobiernos.

Hoy una vez más, ante el asesinato de Mafer Rejón, como era conocida, artista visual, gestora cultural, cantante, y todas las virtudes cosechadas que refieran al ejercicio de la libertad, se siente la profunda desolación, la angustia y la tristeza; se sienten los vientos de la impunidad que nos golpean a todas. Porque es un mensaje claro: no importa qué tanto aporte a tu sociedad, qué cantidad de talentos poseas y los pongas al servicio del resto; no importa si cultivas las bondades del arte y su aspecto político, que a su vez redundarán en una toma de consciencia, y por tanto en un avance social. Lo que nos determina a la mitad de la población del planeta sigue siendo el ser mujer; pero ese no es el problema, sino que en países como el nuestro es sinónimo de ser el objeto del odio, de la muerte y de la impunidad.

Ser capaces de avistar las desventajas y retrocesos que implica no defender las vidas y garantizar los derechos de la mitad de la población (se dedique a lo que se dedique) no es un asunto doméstico, como erróneamente aún se sigue pensando el problema (por parte de la misma estructura judicial, jurídica, legislativa, gubernamental), es un asunto, como lo he remarcado, de avance social. Si se sigue enviando el mensaje de que una mujer corre peligro al poner un pie fuera de casa, y lo peor, dentro de ella cuando es víctima de violencia por parte de su cónyuge, entonces los gobiernos, cualquier gobierno, ha fracasado. No solo se convierte en deudor de los familiares de esas vidas arrebatadas; se convierte también en deudor de sus votantes y de la ciudadanía a la que representa.

Falta un enorme trecho para que como sociedad nos quitemos la piel carcomida, el tufo maloliente que engendra la misoginia. Pero la estructura que imparte la justicia, que dirige y que legisla no tiene opción: tiene la urgente obligación de echar a andar todo el aparato que dirige para que las mujeres podamos ejercer nuestro pleno derecho a la seguridad, a nuestro más básico resguardo.

No es cuestión de ideologías de género, como se ha dado en llamar de manera equivocada la lucha de las mujeres. Lamentablemente, así se puede constatar, el hacer caso omiso a este apremiante problema se sigue cobrando vidas de nuestras congéneres, y con ello se esparce cada vez más, de manera insistente, el clima de descomposición social.

*Red Mexicana de Mujeres Filósofas