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Víctor Villarreal Cabello*

La Ciudad de México y sus alrededores han notado la presencia de personas de otras geografías en sus calles y dinámicas. Esto es algo que se observa no sólo en la gran metrópoli, pero llama la atención que esto ocurra en un lugar que de manera estricta no es una frontera. Sin embargo, en el sentido lato y amplio la Ciudad de México se ha convertido en una gran frontera amén a las políticas migratorias y a la presión estadounidense. Aquí algunas notas.

¿En qué sentido la Ciudad es una frontera? Primero sería necesario definir qué es una frontera. En un sentido amplio y sesudo, la frontera es la línea que divide un esto de un aquello, un interior de un exterior. En un sentido estricto, es la línea política que delimita los márgenes de un Estado-nación. Para estudiosos de las migraciones, como Sandro Mezzadra, la frontera también puede ser un centro en dónde confluyen diversas dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales. Para este texto, la frontera es el espacio que delimita un interior y un exterior, un esto de un aquello, espacio de convergencia entre polos. Es decir, aquí se retoma el sentido amplio o lato de la palabra frontera. En ese sentido, la identidad, los cuerpos racializados, los estratos sociales pueden ser considerados una frontera.

México ha implementado política de contención migratoria quizá desde 1989, de manera reciente desde el “doble discurso” de Andrés Manuel López Obrador. Este “doble discurso” implica la construcción de una narrativa benevolente con los derechos humanos de las personas migrantes que pretende la implementación de programas y proyectos para beneficio de esta población. Sin embargo, en la práctica, el Estado mexicano se apoya del uso de eufemismos como la palabra “rescate” para hacer referencia a la deportación y detención de personas migrantes. Además, implementa políticas de contención y selección migratoria como el incremento de elementos policiacos, administrativos y militares encargados de “rescatar” y apoyar a la población migrante.

De manera concreta, en la Ciudad de México, las políticas migratorias utilizan la capital como espacio de espera y mecanismo de contención temporal. No es casualidad que los primeros “memes”, expresión de la cultura popular socio digital, empezaran a hablar de espacios como Tláhuac con una presencia interesante de personas haitianas. En realidad, las medidas que el gobierno ha tomado para la contención implican el desplazamiento de personas en toda la Ciudad. Por ejemplo, los “albergues” se encuentran en espacios alejados a las oficinas en dónde tienen que hacer sus trámites para conseguir una visa de refugio. Estas oficinas como la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) atienden en la Colonia Centro o la Roma. Mientras que el Instituto Nacional de Migración (INM) cuenta con oficinas en Polanco.

El desplazamiento dentro de la capital de Tláhuac a la Roma o a Polanco convierte a la ciudad en una ciudad cárcel o en una ciudad con múltiples fronteras. En tanto que las personas no pueden salir de la ciudad a menos de que lo hagan con algún documento como la Visa de Refugio.

Que los trámites se realicen en la Ciudad de México, así como en Tapachula o Oaxaca provoca la dispersión de las personas migrantes en todo el territorio. Algo que, para la administración escasa del gobierno mexicano, para los cuerpos militares, y para el gobierno en general es conveniente pues cumple con dos funciones: convertir a la Ciudad en una frontera o un espacio que emite documentos de asilo cumple con la función de la creación de espacios de contención o de movilidad ralentizada. Es decir, las personas se mueven, pero se enfrentan a problemas que están fuera del margen de la ley. Como la consecución de recursos para esperar, el gasto que implica movilizarse dentro de la misma ciudad, pago de renta, exposición al crimen o mercados no regulados, escasez de albergues, espera en espacios de hacinamiento, etc.

La segunda función que se cumple es convertir a la ciudad en un espacio de espera. La espera como sistema de control puede provocar diversas dinámicas como la deserción de personas que pretenden llegar a Estados Unidos y que optan por el retorno o la deportación; la creación de mercados “ilegales”, no regulados y abusivos; la disuasión de migrantes para continuar con su viaje y que prefieran la permanencia en otro lugar; el gasto de recursos para el sostenimiento de la vida en el proceso de espera e incluso, la muerte.

Las políticas migratorias mexicanas son coaccionadas por las políticas de contención de Estados Unidos. Esto ocurre porque la mayoría de las personas que cruzan las fronteras mexicanas pretenden llegar a Estados Unidos o Canadá. Aunque algunos migrantes buscan quedarse en la Ciudad o lo ven como una opción viable. Esto es síntoma de las acciones tomadas por el gobierno mexicano.

*Milpaltense, internacionalista, escribiente y migrantólogo.