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Al final se fue, me fui, nos fuimos. No pierde interés la historia por saber que tiene final. Ella buscaba incesablemente mis ideas con las suyas, crear juntos una especie de complicidad: su estabilidad y su calma, por mi prisa y mi ambición. Ahora mismo pienso: ¿De qué sirve querer cosas si no son para compartirlas? Tarde que temprano y por falta de riego, nuestra historia se marchitaría, acabaría por quebrarse como vidrio sobre el piso, porque toda historia feliz no tiene final y la nuestra lo tuvo.


Ahí estábamos los dos dándonos un beso en una estación de tranvía en Ámsterdam, después de pasar unos días juntos. Ese beso fue el último, supimos tiempo después. Cuando me despedí alzando la mano le prometí volver, llegar hasta donde ella estaba. No fue culpa de nadie que la promesa se mojase con el letargo de los kilómetros y las dunas del tiempo.

Tuve miedo a seguir los sueños de alguien más y descansar los míos, miedo a dejarlos empolvar con la sospecha de arrepentirme tiempo después. Fue en todo casi mi culpa por creer con gravedad, que mis asuntos eran los serios, los que no podían esperar.

Me caí de bruces a las afueras del aeropuerto de Tahití, cuando se hizo oficial, todavía le sobró algo de cariño en esa última llamada telefónica cuando me dijo; algún día alguien te va a querer con todo lo que eres, yo ya no puedo.


Desde ese momento sentí que me fui vaciando. Era como si desde lejos un camión de mudanza entrara en mi casa y me empezara a embargar, alguien me daba en la mano una hojita con el aviso y con violencia comenzaba a saquear lo que me quedaba dentro: Lo sueños dibujados, el futuro que nos prometimos, el paseo con sus perros, el saludo con su portero, las comidas familiares, se llevaron las series que vimos, los chistes que eran sólo nuestros, los mensajes de buenos días y buenas noches, se llevaron sus ganas por verme, se llevaron su amor que revoloteaba con fuerza y que yo no supe contener, se llevaron su voz tierna, su cariño, las navidades en su casa, las carreteras compartidas y el amor, sobre todo el amor se lo llevaron de a poco.


Volví a encerrarme en mis cuarteles para proteger con celo lo poco que me quedaba, volví a viajar, volví a distraerme. Todo el tiempo, creí que su sonrisa al despertar era por mí, que sus abrazos eran míos pero me equivoqué todo eso siempre ha sido suyo, solo me dejo asomarme a su universo. Todo eso era un regalo, que espero si alguien más lo encuentre, lo sepa cuidar mejor que yo. Uno no se despierta con la intención de ser malo, más la maldad encuentra su cauce en el error, en la inmadurez y en la falta de reconocimiento.


Afuera todo seguía igual, nada paraba, la vida seguía, el tráfico de la ciudad, el canto de los pájaros sobre el alambre, el humo de la calle, el mundo seguía su ritmo y su danza infinita. Pero yo paré de bailar con él.


A mí, ya no me quedaban fuerzas.