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La Refinería Dos Bocas, oficialmente nombrada como la Refinería Olmeca, se ha convertido en uno de los proyectos más ambiciosos y a la vez polémicos del actual gobierno de México. Ubicada en Paraíso, Tabasco, esta megaconstrucción fue presentada como una promesa de autosuficiencia energética y reactivación económica. Sin embargo, a medida que avanza el tiempo, el proyecto se ve envuelto en un mar de críticas debido a sus enormes sobrecostos, retrasos en la construcción y cuestionamientos sobre su viabilidad a largo plazo en el contexto de la transición energética global hacia fuentes más limpias y sostenibles.

Desde su concepción, la Refinería Dos Bocas fue presupuestada en alrededor de 8 mil millones de dólares. No obstante, reportes recientes indican que el costo real podría superar los 20 mil millones de dólares, un sobrecosto significativo que pone en tela de juicio la gestión y planeación del proyecto. Estos aumentos en el presupuesto se deben a diversos factores, como ajustes en el diseño original, incremento en los precios de materiales y mano de obra, mala planeación, así como la subestimación de los desafíos técnicos y ambientales, incluso hay algunas denuncias periodísticas que podrían implicar actos de corrupción en su construcción, todo lo anterior es lo que explica que más que se duplicara el presupuesto final.

Aunado a los sobrecostos, otro punto crítico es el retraso en su puesta en operación. Aunque se prometió que la refinería comenzaría a refinar petróleo a finales de 2022, diversas fuentes señalan que aún no se ha procesado ni un solo barril. Este retraso no solo plantea dudas sobre la capacidad de gestión del proyecto, sino que también genera incertidumbre sobre cuándo comenzará a generar los beneficios económicos prometidos.

Más allá de los problemas inmediatos de sobrecosto y retrasos, el proyecto enfrenta un desafío aún mayor: la transición energética global hacia los vehículos eléctricos y fuentes de energía más limpias. En un mundo que avanza rápidamente hacia la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles, la inversión en infraestructura petrolera como Dos Bocas parece ir a contracorriente. Los vehículos eléctricos, que cada día ganan más terreno en el mercado global, amenazan con reducir significativamente la demanda de gasolina a mediano plazo, lo que podría dejar a la refinería como un gigante obsoleto antes de que pueda amortizar su enorme inversión inicial.

En este contexto, cabe preguntarse si los recursos destinados a la Refinería Dos Bocas habrían tenido un mejor retorno de inversión si se hubieran invertido en energías renovables o en la infraestructura necesaria para apoyar la transición hacia los vehículos eléctricos. La inversión en tecnologías limpias no solo es más sostenible desde el punto de vista ambiental, sino que también se alinea con las tendencias globales y las demandas del futuro mercado energético.

La Refinería Dos Bocas representa un cruce de caminos para México: por un lado, el deseo de fortalecer la soberanía energética y generar empleo; por otro, la necesidad urgente de adaptarse a un mundo que avanza hacia una economía baja en carbono. Aunque la intención de impulsar la economía local es loable, el proyecto parece estar desfasado frente a las realidades del siglo XXI y los imperativos del cambio climático.

La Refinería Dos Bocas se enfrenta a un futuro incierto, marcado por sobrecostos, retrasos y un contexto global que cuestiona su relevancia a largo plazo. La lección que debe extraerse de este proyecto es la importancia de planificar con visión de futuro, considerando no solo las necesidades actuales sino también las tendencias globales y los desafíos ambientales. El éxito económico y la sostenibilidad ambiental pueden y deben ir de la mano en la búsqueda de un futuro más prometedor para todos.

*Profesor en El Colegio de Morelos.