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A pesar de todo, el grupo de Ulises y Cuauhtémoc ganó

 

De los muchos que se alegran hoy porque Ulises Bravo Molina no sea candidato al Congreso local de mayoría o representación proporcional, probablemente ninguno haya hecho mucho por frenarlo. Las quejas realmente sonoras vinieron de la oposición, a la que la dirigencia de Morena no escucha y de esos que diría Cuauhtémoc Blanco, “les tienen coraje y no los quieren dejar llegar”.

En las filas del partido que en Morelos dirige a su modo el ahora marginado Ulises Bravo, no hubo un solo pronunciamiento serio para cerrarle el paso a quien, en cambio, operó abiertamente para dejar fuera de las candidaturas a quienes consideraba sus enemigos, o enemigos de su hermano, o de los dos. Pese a todos los elementos que había para frenar de inicio la intención de Ulises Bravo de ser incluido en el listado de nominaciones al Congreso de Morelos, lo cierto es que, salvo por la voz de la diputada Paola Cruz Torres, y de los poco escuchados miembros del Grupo Cuernavaca, en Morena nadie se atrevió a hacer señalamientos públicos en contra del aparentemente no tan poderoso dirigente partidista.

Muchos se colgarán ahora el milagrito porque así son los políticos, dirán que ellos hablaron con los poderosos en el partido y lograron marginar a Bravo Molina, pero francamente, lo que parece es que finalmente el grupo del gobernador fue bastante bien pagado con las posiciones que obtuvo y ni modo de seguir arriesgando la que en Morena se percibe como una cómoda ventaja, con más decisiones que puedan costar miles de votos.

Porque la marginación de Ulises Bravo, que muchos podrían ver como un triunfo, resultaría la más pírrica de las victorias de la izquierda en Morelos si se considera la cantidad y calidad de posiciones que obtuvo el grupo de Cuauhtémoc Blanco y sus aliados, y a los cuadros que pudieron marginar.

Cuauhtémoc Blanco logró ubicar en candidaturas a él mismo (diputación federal plurinominal), Víctor Mercado Salgado (senado), Sandra Anaya y Ariadna Barrera (diputaciones federales de mayoría), Sergio Pérez y Alfonso de Jesús Sotelo Martínez (diputaciones locales de mayoría); y para alcaldías, entre otros, Rodrigo Arredondo López (Cuautla), Branda Guerra Valaguez (Jonacatepec), Francisco León y Vélez Arriaga (Miacatlán); y si se pone uno optimista (o pesimista, según el bando político), hasta podría decirse que los nominados al congreso de Morelos como diputados plurinominales uno y dos, Isaac Pimentel Mejía y Brenda Espinoza López, también han funcionado como aliados del gobernador y su equipo más de una vez.

Y no sólo son las posiciones que el equipo del mandatario ganó, sino la eliminación total del morenismo de sus adversarios políticos más activos , como la senadora, Lucía Meza Guzmán (ahora sólida candidata de la oposición a la gubernatura), las diputadas Tania Valentina Rodríguez Ruiz, Paola Cruz Torres, Macrina Vallejo, los diputados Alberto Sánchez Ortega y Alejandro Martínez Bermúdez; la marginación de políticos a quienes identifica como sus rivales o adversarios, como Rabindranath Salazar Solorio.

Es decir, el festejo que se permite a los adversarios del grupo por la no inclusión de Bravo Molina en el listado de plurinominales no parece proporcional al posicionamiento político que el grupo del gobernador logró en un partido cuya base lo ve como impostor, ni al desplazamiento que consiguió de cuadros competitivos o por lo menos tradicionales de la izquierda en Morelos. No lograron todo lo que querían, pero obtuvieron mucho más de lo que probablemente merecían dados los resultados de la administración de Cuauhtémoc Blanco.

Eso se explicaría solamente, por la alianza que formó el gobernador de Morelos con el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, denunciada por muchos actores políticos al interior del partido, y bastante evidente para los observadores de la política local.

Claro que a lo mejor todo este despliegue significa poco. Para muchos el exgobernador, Graco Ramírez, estableció una red importante de control político durante su administración, que habría trascendido el tiempo de su administración. Según esta teoría, el exmandatario tendría nexos para controlar al Partido del Trabajo, al de la Revolución Democrática, a grupos de Morena, a aliados priistas y panistas, y las manos metidas en sectores estratégicos del gobierno federal, del Congreso de Morelos, y hasta en las campañas de las candidatas a la gubernatura. Nadie lo admitirá y si alguien niega presuntos nexos con Graco Ramírez nadie se lo creería, así que el rumor continuará porque Graco es uno de los villanos favoritos en Morelos.

¿Cuauhtémoc Blanco o Ulises Bravo tendrían la inteligencia y habilidad política que se reconoce al señor Ramírez para operar en Morelos? Por todo lo que hoy parece, no. De hecho, buena parte de la explicación del mutis de muchos políticos de Morena proviene más del miedo que del interés. Graco compraba voluntades, el grupo de Blanco y sus aliados las somete, y si bien ninguno de los dos controles puede ser perfecto, el de la negociación casi comercial de la conciencia suele durar más tiempo que el del miedo.

Con todo y ello, Cuauhtémoc y los suyos lograron más de una decena de posiciones privilegiadas en la política local, desplazaron a políticos formados y en formación, rompieron el relevo generacional en la vida pública morelense y esa disrupción puede derivar en un daño irreparable o, por lo menos, que lleve muchos años reconstruir. La administración Blanco podría haber significado el fin de las carreras políticas de algunos como Rabindranath Salazar, o puesto en pausa la de muchos más, como Tania Valentina Rodríguez, Paola Cruz y Macrina Vallejo.

@martinellito

martinellito@outlook.com