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ORÁCULO

 

Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. Tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas.

Paul Auster (1947-2024) 

En ese día primaveral, indistinto en cuanto a la temperatura alta que se había instalado desde semanas, Lena entró a la librería sin saber qué libro llevarse de viaje al mar por unos días de descanso. Escoger un solo libro siempre le había parecido una insensatez. ¿Por qué no comprar la librería completa o quedarse a vivir ahí entre las historias sin tener que tomar la decisión desgarradora de adquirir un solo ejemplar y luego colocarlo entre la ropa y los zapatos acomodados en la maleta? Arena blanca, agua salada transparente, toalla, parasol, bloqueador solar, lentes oscuros, sandalias, traje de baño y un sombrero para esconderse mejor. Pasar desapercibida entre la multitud agremiada desde las primeras horas del sol. Lena paseaba entre los estantes imaginando estar recostada mirando el baile y la música incesante de las olas que iban a alcanzar sus pies. Despojarse de la cotidianidad, olvidar las fechas y horas para sumergirse plenamente en esos días.

“¿Busca un título en particular? ¿Un autor?” La voz del vendedor estremeció a Lena. “No, estoy esperando que el libro que me voy a llevar hoy me encuentre a mí, su futura lectora. Tendremos tanto que compartir juntos en esta aventura maravillosa que nos espera que bien vale la pena tomarse el tiempo perfecto del primer encuentro. No sé de qué color será su portada ni si la tipografía me gustará. Solo sé que no dudaré cuando se presente ante mí”.

El vendedor le contó algunas experiencias para encontrar el libro adecuado. Tengo un cliente, el Sr. Trause que escoge los libros después de haber leído el primer capítulo con una selección al azar de diez volúmenes de editoriales distintas. El ejercicio le tomaba en ocasiones el tiempo completo de apertura de la librería. El hombre escogía el sillón más alejado y permanecía sumido entre las tramas y personajes iniciando en cada historia su destino en marcha. El hábito del Sr. Orr era muy distinto: necesitaba tomar apuntes en un singular cuaderno portugués respecto de las contraportadas que consultaba con miras a escoger sus lecturas por los próximos días. La actitud más sorprendente era sin duda la del Sr. Paul. Se quedaba por horas frente a una de las páginas sin texto como si de ahí fuera a surgir una historia que él inventaba en ese momento.

Lena escuchó detenidamente los casos contados con ímpetu por el vendedor, pero sus pasos la seguían llevando por los mismos pasillos. Recordó de golpe entonces sus primeros encuentros marítimos de la infancia, más paseos por el mundo, hasta su viaje inminente que construye ya extraños recuerdos por anticipación.

Lena tropezó y se cayó un libro. En el piso yacía abierto. lo levantó con precaución, lo cerró para descubrir que desde el fondo azul ultramarino se desprendían las letras de su autor y título en color dorado: La noche del oráculo, Paul Auster. El vendedor permaneció en silencio, aunque Lena alcanzó a percibir una sonrisa cómplice que se dibujaba en sus labios delgados, como si lo real y lo imaginado se enlazaran como las caras de una moneda entre ellos. “Adiós, Sr. Chang” dijo Lena con una tristeza inefable marcada en la tesitura de una voz que ni ella reconocía como propia.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM