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Hace unos meses una amiga mía me hizo una lectura de cartas, me dijo que por mi signo y mi posición sobre los astros, era una persona determinada a siempre a luchar, a mejorar, lo cual era algo muy bueno, pero también me dejó entendido que en la búsqueda de la luz también está la sombra, y que una moneda siempre tiene dos caras, así que mi capricho por mejorar, siempre iba a estar atado a un grillete invisible que se podía resumir en una simple frase: “la vida para ti, nunca va a ser suficiente”. Nunca va a ser suficiente.

Qué terrible no poder hacer las paces con la vida pensé.

Ahora a mis 33 años me detengo y me pongo a pensar que sí, que tiene razón, siempre he buscado una evolución continua, no quiere decir que no disfrute las cosas, pero siempre hay una agitación por ver el otro lado del césped como si fuese más verde, porque la vida escapa, y yo tengo que encontrarla ahí donde retumba la fiesta. Me rompe por completo, porque una de mis metas es andar con menos prisa, poder disfrutar la vida como me es dada, pero algo en mí siempre la niega y busca allá donde las olas recorren el mar, quizá por eso ese continuo viajar, esta continua sed.

Muchas veces culpo a la literatura; a Haulden Caulfield en esa semana increíble en Nueva York o a Link de Legend of Zelda cabalgando por los campos de Hyrule con el sol cayendo, o a Kafka Tamura viviendo en un rincón de la librería, y se me llenan las manos de fuerza por vivir ese tipo de aventuras, por volver ficción a la vida.

Una palabra llegó a mí cuando más lo necesitaba: Komakai, de origen japonés, que no tiene una traducción exacta, sería algo así como la atención al detalle de lo apenas imperceptible. “El baile de las flores de primavera mecidas por la fina brisa del campo” e intentó que esos momentos me sean suficientes. Jugar con los perros de mi hermana, ver a un ave mojar su pecho en la alberca, escuchar la respiración de M. cuando despierto, bailar con mis amigos, abrazar a mi padre, el olor del café recién molido, la cortesía de extraños por la calle, y pienso que mis aventuras no tienen que ser grandes, que pueden estar envueltas en las pequeñas cosas, vuelvo a este texto que hace tiempo escribí como un recordatorio si bien, por no desechar mi natural ambición por la vida, pero por lo menos si conciliarla de vez con pedacitos de calma, te lo comparto:


¿Es que de verdad es necesario ser excepcionales?

Yo no lo sé. Tengo un trabajo, que por razones de conveniencia, es hecho con amigos, lo cual parece más una reunión de amistad.

En la semana como con mis padres. Esta semana, por ejemplo, fuimos a un restaurante chino, y luego por un helado. Cada que despierto y abro mi puerta, Nina corre hacia mi para abrazarme, nos regalamos unos minutos al día, lo necesario, para seguir con el día. Por la mañana y hasta mediodía estudio o doy clases. Las tardes las paso con M. me gusta llegar con ella y soñar juntos.

Uno o dos días a la semana me reúno con amigos, a veces vamos al billar, otras veces nos emborrachamos, y hablamos de lo mismo una y otra vez, como si buscáramos algo que no existe.

Los fines de semana trabajo, toco música, casi siempre por las noches. Con suerte, llego lo suficiente cansado a la cama y duermo tranquilo, casi de inmediato.

Cada uno tiene el mundo que merece, lo extraño es que he comprendido que el mío está aquí, y es completamente normal.

Es como si viviera resguardado, y aunque de vez en vez intenté huir de eso por no estar «cómodo». Es algo hermoso y no tiene nada de despreciable ¿Quién ha dicho que es necesario vivir siempre al intemperie? ¿Siempre buscando lo imposible, en la necedad de sobresalir? De no ser uno del montón…

Aquí, es como si el infinito no fuera una meta, es como ver las como son y con eso basta, y ser de vez en cuando, en los momentos menos inesperados, feliz.