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Cuando pensamos en el desarrollo, esa idea nos suele emocionar pues ciertamente la relacionamos con aspectos positivos como una mejor calidad de vida. Sin embargo, uno de los cuestionamientos que inmediatamente expulsa nuestra mente es ¿por qué no nos parecemos a los países nórdicos o a cualquiera de esas sociedades desarrolladas? Pero, la pregunta realmente no está bien planteada. Analicemos esta idea del desarrollo desde la propuesta misma de la Economía Social y Solidaria (ESS).

Por mucho tiempo la idea de desarrollo estuvo asociada a la de crecimiento económico, se medía el progreso de las naciones, sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado, con base en esa herramienta analítica que todos conocemos como Producto Interno Bruto (PIB); sin embargo, con el tiempo y más con los funestos resultados que se comenzaron a ver en nuestra región – recordemos que los países de América Latina fueron laboratorios de experimentación de las políticas neoliberales – fue notorio que si bien el PIB se incrementaba, incluso exponencialmente en algunos países, se aumentaban a su vez las desigualdades sociales y la pobreza en la región; es decir, se provocaban esas llamadas externalidades negativas que ya hemos comentado en estos espacios y la lógica imperante era la de una acumulación permanente y continua del capital. Es por ello que, en los años noventa, ese debate alrededor del desarrollo se intensifica y se termina hablando de “desarrollo humano”, aparece entonces el Índice de Desarrollo Humano de tal forma que se toma en cuenta ya no solo la eficiencia económica sino la expectativa o esperanza de vida de las personas y la educación misma – es decir, generar capacidades para todos los individuos – No obstante, si lo analizamos por un momento nos damos cuenta de que hacía falta un aspecto más: lo ambiental.

Efectivamente, el desarrollo asociado al crecimiento económico y ese desarrollo humano dejaban fuera al medio natural y poco a poco hemos sido testigos de la hecatombe ecológica que está provocando la propia actividad humana y que resulta, en algunos casos, ya irreversible en cuanto a sus efectos. Es por ello por lo que desde 2015, a nivel internacional, se logra un acuerdo y se establece un paradigma global para enfrentar los desafíos del desarrollo, nos referimos al llamado “desarrollo sostenible” y que presenta en la Agenda 2030 con sus 17 objetivos, 169 metas e indicadores una guía a partir de la cual se comienzan a trazar las políticas internas para asistir a ese tipo de desarrollo que contempla las tres dimensiones: económica, social y ambiental. Es así como se marca un punto de llegada como objetivo a alcanzar en determinado periodo de tiempo.

No obstante, se nos olvida que la región de América Latina debe considerar su propio punto de partida; es decir, debemos atender los desafíos del desarrollo desde las pautas culturales, historia, legados, posibilidades y por supuesto particularidades de nuestros propios territorios. Asimismo, debemos escuchar todas esas voces de los sectores populares, comunidades indígenas, migrantes, etc., que se hallan en dichos territorios y que dan cuenta de lo que sucede en esos espacios, con la intención de generar capacidades propias de desarrollo; sin que lo anterior se considere como una negativa para asistir a ese desarrollo sostenible; todo lo contrario, propuestas como la ESS se orientan a utilizar los recursos endógenos y tratan de fomentar esas capacidades locales para la creación de un entorno innovador, de modo que sus formas asociativas tienen una mayor propensión a reinvertir los beneficios obtenidos en el mismo territorio donde se generan. Lo anterior nos lleva a reafirmar que las políticas públicas que se orientan a fomentar las expresiones de la ESS, son a su vez políticas públicas de desarrollo territorial que procuran atender estos problemas multicausales, complejos y profundos que son propios de nuestras comunidades y que trazan el punto de partida para alcanzar el tan anhelado desarrollo sostenible.

* Investigadora Asociada C de Tiempo Completo del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad Nacional Autónoma de México (CRIM-UNAM). tatianag@crim.unam.mx