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En días recientes, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza recibió el premio Pulitzer, reconocimiento otorgado en la nación vecina del norte, en la categoría Memorias o Autobiografía, por su novela El invencible verano de Liliana. Todo tipo de comentarios han corrido sobre las arenosas y siempre fáciles y asequibles redes sociales. Algunas desde luego son opiniones serias, informadas y centradas sobre el propio trabajo de la autora; otras no necesariamente escriben como una crítica hacia el trabajo literario, sino que aluden a cuestiones personales mezcladas con la petición de rigurosidad sobre algunos estándares de la creación literaria.

Lo que siempre sale a relucir, como en todos los asuntos del arte, es la pregunta de si tal o cual pieza se trata, en efecto, de arte. En el caso de la novela escrita por Rivera Garza este cuestionamiento, máxime con el premio internacional otorgado, flota en el aire. ¿Se trata de una novela con la suficiente fuerza de los personajes; con una estructura psicológica adecuada?, ¿se ha construido el ambiente requerido para envolver en la atmósfera de suspenso a lectoras y lectores? Las respuestas son muchas y muy variadas. Hay explicaciones sesudas que nos explican, bajo ciertos parámetros, por qué no se trata de una creación con todo el rigor de la literatura.

Lo que me deja pensando en si hoy, después de las transformaciones en la escena de la creación no solo literaria sino en diferentes campos de la escritura y la investigación, es posible hacer el llamado de elementos rigurosos e inamovibles para decidir si ciertas creaciones cumplen con la etiqueta de arte o no. Y no porque se omitan o no se deba trabajar con empeño y profundidad elementos como la verosimilitud, o el suficiente cuidado de cada uno de los componentes cuando se trata de autoficciones; sino porque, precisamente, hoy se ha vuelto una necesidad dialogar de otras maneras, crear de modos que están en constante comunicación con muchas otras disciplinas. Se necesita, pues, animar el discurso, las letras (ficcionadas o no) desde eso que se da en llamar transdisciplina.

Por ejemplo, en la novela que nos ocupa, si nuestros empeños se colgaran únicamente de las referencias hacia los ya enumerados elementos que se le han reclamado en cuanto a verosimilitud o construcción psicológica de los personajes, desde luego que dejaríamos mucho del valor de esta obra por fuera. Y no porque carezca de ello, sino porque una narración que se construye no exclusivamente desde el canon o la rigurosidad de la disciplina no tiene por qué carecer de componentes sustanciales que la hacen merecedora de visibilidad y, en este caso, de reconocimientos internacionales.

En el caso de El invencible verano de Liliana está presente el trabajo enorme de archivo al que la autora se ha dedicado por décadas. Luego, al utilizar un método arqueológico, casi como esa fórmula que Foucault nos legara para analizar cambios sustanciales en las sociedades, Rivera Garza desentierra la radical importancia que tiene el poder nombrar.

Esta novela es el correlato, el testimonio de ese fenómeno que hasta épocas recientes se ha dado a conocer, desde la filosofía, como violencia hermenéutica: no contar con las palabras, con los recursos lingüísticos para poder nombrar a la violencia, a las diversas violencias y al feminicidio. El asesinato de Liliana, la hermana de Rivera Garza, que en esos tiempos fue entendido por la sociedad como una causa de crimen pasional, fue la misma causa con la que un buen tramo del historial de asesinatos de mujeres fue entendido y mal juzgado por las autoridades en nuestro país y la sociedad de su tiempo.

¿Cuánta ficción es necesaria para poder enlazar una narrativa con un problema político? Porque, justamente, lo que hace esta novela es conectar el puente entre un problema filosófico, existencial, social, pero también político. Y si algo sabemos hoy desde el arte y el feminismo es que esos elementos pueden figurar en una misma escena. Lo demás, claro, importa, pero, a mi parecer, hoy es imperativo dar valor a las creaciones que visibilizan y dan forma a lo históricamente remitido a las sombras; a las voces antaño siempre silenciadas.

*El Colegio de Morelos / Red Mexicana de Mujeres Filósofas