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A Don Salvador Rueda Smithers.

Los últimos lustros de violencia en los que se ha sumido Morelos han detonado el resquebrajamiento del tejido social. Si bien es cierto que la violencia siempre ha sido constante en nuestra historia desde tiempos inmemoriales, también lo es que, sin ánimo de rasgarnos las vestiduras o erigirnos en beatos, hasta hace no mucho, la sociedad morelense manifestaba valores más sólidos de los que actualmente detenta. Una de las expresiones más visibles de este mencionado resquebrajamiento se percibe de manera franca y abierta en la apología al narcotráfico y a la cultura que le rodea. Los muchachos en los ámbitos rural y urbano aspiran a vestirse conforme al cliché o estereotipo que nos hemos formado de los narcotraficantes, a calzar lujosas botas, portar gruesas hebillas y sombreros tejanos o bien estrafalarios conjuntos deportivos con ostentosa joyería y relojes vistosos. Según sea el caso, una equipada pick up de doble cabina o un auto deportivo son el complemento anhelado, tener una pistola escuadra o un arma automática significa coronar el sueño. Las muchachas a su vez emulan a las exuberantes “Buchonas” del norte del país o a las novias y amantes de los capos que cada vez, tienen una participación más activa en las organizaciones delictivas de sus parejas. La pinza se cierra con las narco series en las plataformas de streaming, los blogs alusivos al narco, los polémicos narco corridos y ahora los corridos tumbados, auténticos atentados auditivos.

Sin embargo, la apología al delito, en Morelos no es tema reciente o privativo de las ultimas décadas de empoderamiento del narcotráfico, sino que surge, asombrosa e involuntariamente, de la pluma de uno de los más grandes escritores e intelectuales del México decimonónico.

Ignacio Manuel Altamirano, chontal puro del estado de Guerrero, nació en Tixtla en 1834, su extraordinaria personalidad como uno de los indígenas más destacados del México independiente es tal vez solo superada por Juárez, con la salvedad de que el oaxaqueño fue estadista y el guerrerense intelectual. Don Ignacio al igual que Juárez aprendió el español en la adolescencia, a los 15 años pudo acceder gracias a la visión de su modesto padre a una beca que Ignacio Ramírez “El Nigromante” le concedió en el Instituto Literario de Toluca. A partir de ese momento despuntó el escritor, intelectual, maestro, político, periodista, poeta, jurista, legislador, novelista y diplomático. A todo lo anterior se suma un patriota sin tacha, a pesar de que su destino fue la pluma también fue diestro con la espada en defensa de la República, su arrojo y temeridad sorprendieron a propios y extraños, militó desde la Revolución de Ayutla en las fuerzas liberales y particularmente se distinguió combatiendo con los republicanos cuando arrebataron Cuernavaca a los imperialistas a fines de 1866, alcanzó en esa época, el rango de coronel. Don Ignacio formó parte preponderante de ese periodo de esplendor cultural que significó la República Restaurada. Murió en San Remo, Italia, en 1893 mientras desempeñaba una comisión diplomática en Europa, ahora con justicia sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres.

Su faceta como novelista fue extraordinaria, su prosa costumbrista engancha desde las primeras líneas. Entre sus novelas, todas de gran calidad, destaca en primerísimo lugar “El Zarco”. La trama ubicada en el paradisiaco Yautepec de mediados del siglo XIX donde da cuenta de los amores entre el Zarco, el despiadado cabecilla de la banda de forajidos “Los Plateados”, y la bella Manuela, una joven criolla de Yautepec. Aunque Altamirano hace énfasis en el carácter cruel del Zarco, no deja de describirlo como un tipo arrojado, bien parecido, valiente, prototipo del hombre de campo mexicano, de ojos azules de ahí su apodo, con magnifica montadura, bien armado y vestido con soberbios trajes de charro con lujosa botonadura de plata. Don Salvador Rueda Smithers, historiador y, entre muchos temas, experto en Morelos y el zapatismo, me compartió que incluso la botonadura de plata de los trajes de charro de Zapata fueron un eco lejano de los Plateados.

Sin embargo, los plateados más allá de la apuesta y arrojada figura del Zarco, fueron bandidos y salteadores de caminos, que merodearon Morelos en la recta final del siglo XIX e incluso amagaron con saquear Cuernavaca, afortunadamente no pudieron hacerlo pues los derrotó en la batalla de la Cazahuatera el general Carlos Pacheco, gobernador del estado. Lo anterior nos lleva a la reflexión de que sin duda alguna “El Zarco” es una de las novelas cumbres de la literatura mexicana, de amenísima lectura, pero en la cual Altamirano tomando las prendas de las cuales pueden se pueden valer los novelistas, involuntariamente plasmó la primera apología al delito y a los delincuentes que a lo largo de nuestra convulsa historia local han asolado Morelos.

*Escritor y cronista morelense.

Foto en blanco y negro de un hombre con un traje de color negro

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Altamirano como coronel republicano. Foto Secretaria de Cultura Federal.