loader image

 

 

“El mayor truco del diablo es

hacernos creer que no existe”.

Charles Baudelaire.

Cuando yo era niño mi papá y mi mamá, como mucha gente, se iban a trabajar todo el día. Mi hermana y yo nos quedábamos bajo el cuidado de mi tía Lupe quien, para que nos portáramos bien y no la molestáramos, nos contaba historias sobre el “viejo del costal”, un hombre horrible y mugroso que se robaba a los niños que se portaban mal. Nos decía que no debíamos salir a la calle a jugar con nuestros amigos porque el viejo del costal podría aparecer de repente y robarnos para siempre. Claro que esto era una excusa para no cuidarnos mientras jugábamos en la calle. Sin embargo, la tía Lupe se desconectaba del mundo cuando prendía la tele para ver las telenovelas del canal de las estrellas. Por horas se quedaba frente al televisor, alternando entre estados de sueño y de consciencia. Entonces mi hermana y yo aprovechábamos para salir a la calle y jugar con nuestros amigos toda la tarde hasta poco antes de las nueve de la noche, hora en la que regresaban mis papás del trabajo. Justo antes de las nueve nos metíamos a la casa corriendo, sudados y llenos de tierra pretendiendo que habíamos estado en casa haciendo tarea.

Todos los chiquillos de la cuadra nos reuníamos en las tardes para jugar a las escondidas, a los encantados, al “bote-bote” (uno-dos-tres por… ¡fulanito!), al “stop” (yo declaro la guerra en contra de… “¡Francia!”), etc. Nunca vimos al viejo del costal y nunca me sentí en peligro. Niños de entre 6 y 12 años transitábamos por nuestra colonia de una cuadra a otra sin ningún temor, sintiéndonos dueños de la calle. Nuestros padres nos mandaban solos a la tienda a comprar huevo, carne, leche, tortillas, pan, etc., y regresábamos sanos y salvos a nuestras casas con un dulce (o dos) que habíamos adquirido con el cambio del mandado, sin que el viejo del costal apareciera nunca. Les estoy hablando del periodo neoliberal comprendido entre 1976 y 1982 en una colonia popular de Ecatepec, Estado de México, cuando José López Portillo era presidente.

Pero resultó que el viejo del costal sí existía y apareció de repente, no cuando yo era niño sino ya en mi vida adulta. A un vecino y amigo mío lo desaparecieron en Cuernavaca a sus 45 años sin dejar ningún rastro a pesar de que se pagó el rescate. No apareció ni un pelo de él, ni un dedo, ni una oreja, nada. El viejo del costal se lo llevó para siempre. A una amiga y colega del trabajo, también adulta (aproximadamente de 40 años de edad), la secuestraron de su propia casa. Afortunadamente a ella la liberaron después de pagar el rescate. Y así nos fuimos enterando de que más y más personas de nuestro círculo cercano desaparecían. No eran narcotraficantes ni delincuentes sino ciudadanos comunes y corrientes que simplemente querían vivir en paz. El viejo del costal se los llevó. A algunos los regresó vivos y a otros no.

Actualmente, en el sexenio de la “Transformación” en el que el presidente asegura que ya no hay impunidad ni violencia, el viejo del costal ha desaparecido a más de 110 mil personas sin dejar ningún rastro de ellas. A muchos sus madres los andan buscando todavía.

A muchos otros, el viejo del costal los tira muertos a la orilla de carreteras, en basureros, en fosas clandestinas o en pozos, como recientemente ocurrió en Baja California con los hermanos australianos y su amigo gringo que sólo vinieron a México de vacaciones. Venían a surfear, pero se toparon de frente con el viejo del costal. El robachicos, ese ser mugroso e intangible del que nos hablaba mi tía Lupe y que yo nunca vi de niño en la época neoliberal, ahora miró de frente a los turistas y los asesinó. Según las autoridades, el viejo del costal en realidad quería llevarse las llantas de una camioneta, pero al ver a los tres turistas, decidió que era mejor llevárselos a ellos y darles el tiro de gracia. ¿En serio? ¿Así mata el viejo del costal en un asalto? ¿Dando el tiro de gracia a tres personas? En un asalto común, si opones resistencia, te disparan en donde sea, no te dan el tiro de gracia en la cabeza. ¡Vaya! Este viejo del costal sí que tiene sus métodos. Se ha modernizado, se ha profesionalizado y, sobre todo, se ha coludido.

Con este gobierno en el que no hay corrupción, ni violencia ni impunidad (según el presidente), las calles están vacías de niños. Los padres, con muy justificada razón, no dejamos que nuestros hijos salgan a la calle a jugar al bote-bote o a las escondidas, mucho menos los enviamos solos a la tienda por el mandado. El viejo del costal acecha en cada esquina. En este sexenio de la transformación el viejo del costal ha desaparecido a más de 110 mil personas y asesinado a otras 180 mil. El viejo del costal aprovechó al máximo la oportunidad que el viejo del Palacio Nacional le ofreció: abrazos y no balazos. Ambos viejos han operado impunemente a lo largo y ancho de nuestro país sembrando inseguridad y terror. Eso sí, los dos viejos (y su séquito de incondicionales) afirman en todo momento que estamos mejor que nunca, que no hay violencia sino sólo “asesinatos”.

La gran victoria del viejo del Palacio Nacional es haberle hecho creer a mucha gente que el viejo del costal no existe. Pero nosotros sabemos que eso es mentira. El viejo del costal sí existe y lo abrazan desde el Palacio Nacional.

*Instituto de Ciencias Físicas, UNAM. Centro de Ciencias de la Complejidad, UNAM.