loader image

 

Apuntes sobre poesía, filosofía y ceguera

(Segunda parte)

 

Homero es el poeta por excelencia. En la tradición Occidental, su imagen difusa se yergue como el primero de los profetas griegos que cantó a los dioses. Platón arremete contra él en su República y en su discutido exilio de los poetas de su proyecto político-filosófico. Los poetas como Homero deben salir de la polis porque les cantan a dioses que mienten, y gozan con la violación y que son vengativos y se dejan consumir por sus pasiones. Y eso no debe prevalecer en la República de la razón, nos dice Platón. Homero es, como Tiresias, ciego. De su vida se sabe muy poco o se cree, incluso, que en realidad eran varios poetas (de Tiresias se dice lo mismo, que no existió o que se usa su nombre para calificar al que era adivino en términos generales). Sólo nos quedan sus cantos o ciertos cantos que podrían no tener un autor sino el misterio de los dioses y su participación en la vida de los griegos, antes de la razón. Homero da fe de una época. Él es el poema antes del diálogo filosófico. La filosofía accede al mundo en busca de la verdad pero no desde el canto (no enuncia la verdad, sino que la cuestiona) y lo hace a través de la duda. La filosofía utiliza un método que se convierte en desconsuelo porque es una interrogante infinita. Y los papeles se invierten porque la poesía, de pronto se convierte en el consuelo, cuando antes se le asociaba al enigma.

La ceguera de Homero, como la de Tiresias significa clarividencia, acceso al mundo mágico de los dioses, por lo tanto ambos son poetas. Ambos enuncian la verdad. Edipo y Platón, son la otra mitad del hombre que propone María Zambrano, el filósofo. Edipo se jacta de haber vencido a la Esfinge con su razón, sin ayuda de los dioses. Por eso los dioses lo castigan y su castigo es creer que ha burlado el destino que el Oráculo le había deparado, para después descubrir que todo lo que hizo lo acercó a su destino. Lo curioso de la tragedia es que la verdad la conocemos a través de dos métodos. Por un lado, Tiresias a través de la poesía nos revela la verdad. De forma indirecta y enigmática le revela a Edipo que él es el culpable de la muerte de Layo. Pero no ofrece explicaciones (porque la poesía-profecía no las necesita), sin embargo, y por otro lado, Edipo descubre la misma verdad de forma empírica, entrevistando a los pastores, a los testigos que vieron con sus propios ojos lo que realmente pasó. Ambos descubrieron la verdad pero utilizando métodos distintos: poesía y filosofía.

IV

Desde el punto de vista de la filosofía, el conocimiento de Tiresias no tiene valor epistémico. Es una verdad revelada que Edipo no asume sino que experimenta a partir del horror. Al final de su investigación racional y empírica, descubre que la verdad era tal cual había sido enunciada por Tiresias, sólo que esa experiencia de conocer o de llegar a la verdad es completamente distinta. La derrota de Edipo es por conocer la verdad, pero no es el método el que falla, sino el Ser ante la verdad revelada.

V

Pienso en la aseveración de Sartre de que el conocimiento es angustia. Quizá el destino del racionalismo sea ese sentimiento de frustración ante la verdad. Una deformación del mito que reivindica el mito pero desde otra experiencia diferente a la de la poesía. La filosofía accede a esa verdad por medio de la violencia. Y la angustia es el único resultado de la filosofía porque buscamos la verdad desde otro método, pero anhelando el mismo efecto de la poesía: el arrobo. La filosofía ha de elevarse sobre la realidad y, por ello, le llama Zambrano un éxtasis fracasado por un desgarramiento. Es como querer ver lo invisible y encontrar la Nada. Los ojos (la razón) no sirven para encontrar la felicidad o el terror de la poesía. Para eso es necesario la ceguera (y quizá también la androginia de Tiresias). La ceguera es la poesía. Se abandona la razón y se gana lo innombrable, el arrobo, la magia. Se renuncia a una cosa para acceder a otra, aún más grande e inabarcable. Pero la filosofía, también es otra renuncia, la de la felicidad y también la de la esclavitud, porque no se resigna con la promesa de la divinidad. El filósofo gana el control de sí mismo, o al menos el intento, y la esperanza de poder construir su propio camino. Me pregunto si hoy podemos renunciar a renunciar a uno de esos dos caminos. Porque creo que la forma no es la unión perfecta de poesía y filosofía, como lo plantea Zambrano, sino la experiencia esquizofrénica de seguir la poesía con ceguera y de experimentar la verdad con los ojos del método. A veces es necesario sentir angustia, y otras veces arrobo. A veces es prudente vivir en el desconsuelo. Y siempre es posible volver a la poesía.