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El calor extremo que padecemos en Morelos, que ha alcanzado ya marcas históricas de temperatura que podrían superarse en los próximos días; los fuertes vientos que, entre domingo y miércoles derribaron casi una veintena de árboles en Cuernavaca; los 48 de 110 incendios forestales cuyo origen no se ha atribuido a conductas humanas reprobables; la oleada de dengue que en 2024 ha superado en ocho veces los casos registrados en el mismo periodo del año anterior; y la sequía, que cumple ya su segundo año provocando pérdidas de hasta el 70% de las cosechas en Morelos además de baja disponibilidad de agua para el consumo humano; son evidencias innegables de la realidad que nos impone el cambio climático un fenómeno atribuible totalmente a la acción humana.

Si bien las condiciones que han favorecido al cambio climático se han venido tejiendo desde la industrialización y se aceleraron a partir de la construcción de las megalópolis, es innegable la imposibilidad de corregir el pasado; de ahí la urgencia de empezar a reconstruir nuestra relación con la naturaleza, rediseñar las ciudades y, especialmente, diseñar políticas públicas suficientes para mitigar el daño que la humanidad ha provocado a la naturaleza; algo que, por cierto, aparece apenas tímidamente en las propuestas de gobierno y legislativas de los candidatos a los cargos de elección popular que se juegan en menos de dos semanas.

No se trata de ser injustos, pero salvo la reedición quizá más agresiva de políticas como la reforestación, la captación de agua y restricción a la instalación de industrias altamente contaminantes o consumidoras de agua, no se puede identificar en ninguno de los proyectos de gobierno conocidos una política que no solo detenga, sino ayude a revertir el cambio climático.

Poco se dice de la descarbonización; la urgente conversión de energía su eficiencia y la reducción del consumo; de volver más eficiente y seguro, y menos contaminante, el transporte público para que se convierta en alternativa; del subsidio a los vehículos eléctricos; de estimular la alternativa del trabajo en casa; del cambio alimentario; los servicios de limpia; el cultivo de especies autóctonas; los techos fríos; el fomento a edificios sostenibles; y de la corrección, muy necesaria, del diseño de nuestras ciudades.

Bajo ese panorama, y sin la presión de una ciudadanía que, con justa razón, parece estar preocupada por el momento solo por temas de seguridad, empleo y costo de la vida; el futuro no pinta nada bien para Morelos, un estado al que le urge recuperar su clima ese que lo volvió competitivo en materia de turismo y migración por muchas décadas.

El problema del cambio climático es mundial, pero eso no debiera detener los esfuerzos locales que han probado ser exitosos en ciudades como Londres, París, Nueva York, Tokio, Berlín, Washington, Singapur, Ámsterdam, Oslo y Copenhague (las ciudades más sustentables del mundo gracias a una agresiva reconversión); o como los de Hobart (en Tasmania) y Viena (en Austria), que empiezan a considerarse “paraísos climáticos”. Lo que falta es el proyecto y la voluntad.